Un Angel, dos ángeles
Aitite, mi abuelo, que era la persona que más quería en el mundo, murió de un día para otro cuando yo tenía quince años. Antes de que el paso del tiempo difuminara el recuerdo de los rasgos del rostro de su padre, mi madre le hizo un retrato: un óleo sobre lienzo que ha estado colgado en el salón de la casa de amama, la casa familiar, desde aquel triste año. Tengo muy marcado el recuerdo de llegar a casa de vuelta del instituto y encontrarme a mamá pintando con los ojos inundados de lágrimas mientras escuchaba el Adagio de Albinoni. Aún hoy soy incapaz de escuchar esa melodía sin conmoverme.
Para pintar el cuadro, mamá se basó en una foto de aitite que fijó a la pared del estudio con chinchetas. Esa foto ha estado más de treinta años en ese mismo lugar, un tiempo en el que la luz ha ido comiéndose los colores y decolorando la imagen de aitite, cuya nitidez ha menguado poco a poco, como sucede también con el recuerdo de las personas queridas que nos dejaron.
Una tarde de hace no mucho le pregunté a mamá si me regalaba aquella foto. Le dije que, gracias a su retrato, esa imagen de aitite es la que prevalece en mí sobre todas las demás y me hacía ilusión tenerla. Al descolgarla de la pared, me quedé de piedra. La fotografía estaba doblada por la mitad. Una parte había permanecido oculta todo este tiempo y ahí, nítido, pues su imagen había estado protegida de la luz del sol durante treinta años, posando junto a mi abuelo, estaba Jose Angel Iribar. Aitite e Iribar eran buenos amigos.
Los athleticzales queremos a nuestro Angel con un amor que heredamos de nuestros mayores, cuyos relatos sobre sus gestas, deportivas y humanas, escuchamos primero y narramos después con idéntica admiración. Aquella tarde, al descolgar la foto, tuve una señal. Sentí que Iribar y aitite encarnaban lo mismo para mí: amor sin condiciones a los tuyos, un comportamiento ejemplar y el cierto recato de aquellos cuya vida se ha edificado sobre los pilares del esfuerzo y el trabajo.
Alguna vez, como sabe que me emociona escucharlo, Iribar se ha referido a mí como “el nieto de Pablo Olabarri”. Creo que sabe que a ambos los considero ángeles.