Tu futbolista a juicio
Hace tiempo estuve profundamente enganchada al programa Tu casa a juicio, un reality en el que vecinos de Carolina del Norte con casas extremadamente grandes, mal distribuidas y enmoquetadas tenían que escoger entre mudarse a otra propiedad o quedarse en su casoplón hermosamente reformado. Hay algo adictivo en ver cómo personas ricas mejoran aún más su existencia, pero sobre todo hay algo adictivo en las transformaciones y las segundas oportunidades. La inmutabilidad es aburrida, al ser humano le seduce el cambio.
Pensé en Tu casa a juicio viendo jugar el pasado sábado a Óscar Mingueza. El futbolista del Celta, máximo defensa asistente de LaLiga, ha pasado de ser un sótano con humedades a convertirse en un ático luminoso con vistas al mar. Hay pocos jugadores tan en forma como él. Veloz, preciso, casi indetectable. Recuerdo cuando se decía hace años —puede que yo misma lo hiciese también— que Mingueza era un futbolista anticompetitivo y errático. “Es malísimo” se repetía desde la grada cada vez que fallaba un pase o provocaba un penalti. Ocurre algo similar con Robert Lewandowski. El delantero polaco pasó de ser un jugador casi carente de espíritu, perdido entre la juventud de Barça y los encontronazos con Xavi, a encumbrarse como máximo goleador del equipo y de LaLiga. ¿Ambos se han mudado o simplemente los han reformado?
Si un jugador demuestra tantísima calidad es porque siempre la tuvo. Mingueza ha encontrado su sitio en el campo. Su posición de carrilero le permite moverse y no estar tan anclado en marcajes. Lewandowski, también liberado, suma con Flick una media de 1,16 goles por partido, sintonía que ya habían demostrado juntos en el Bayern. El fútbol es una cuestión de confianza: la que te dan, también la que te das. Si la confianza falla, el futbolista alimentado de instinto y de memoria muscular, comienza a pensar demasiado y a fallar demasiado. Si la confianza existe no hace falta ni mudarse porque cualquier reforma es posible.