Todos quieren ser el Madrid, ninguno lo consigue
En cada época, algunos equipos discuten al Madrid, no tanto su dominio en el fútbol europeo como una forma de entender el fútbol como un juego de máxima exigencia competitiva y de respuestas a las situaciones de máxima dificultad. El Bayern ha sido uno de ellos. El Liverpool, otro. Dos equipos, en fin, a los que se teme por lo que son y por lo que parecen, cada uno con su mística particular. El Bayern surgió en los años 60 como expresión de la fiabilidad y competitividad alemana, una expresión en clave futbolística de la arrolladora industria alemana posterior a la Segunda Guerra Mundial.
El Liverpool utilizó unos pocos y eficaces mensajes para distinguirse en el homogéneo fútbol inglés, cuya mística estaba más que instalada por su posición como inventores del juego. El Liverpool fue más allá. Se identificó con el impacto de la generación juvenil, propulsada por el éxito mundial de los Beatles, cuatro chicos de Liverpool que cambiaron el paso a una generación y a una década. El mito de Bill Shankly se consignó como otro elemento primordial de diferenciación. Shankly le dio un toque particular a un equipo instalado en el corazón de la gran movida pop. El tercer elemento fue la santificación de su estadio. Anfield, que había sido un estadio sin mayor renombre que el resto de los principales campos ingleses, se erigió en un santuario protegido por las divinidades del fútbol.
Había que ganar, claro, y el Liverpool lo hizo más que en ningún tiempo anterior, pero también le ayudó un relato conveniente. Era el equipo firme, sólido, sin tonterías, construido con acero valyrio. Ganaba los partidos que tenía que ganar y los que tenía que perder. Equipo, en fin, de remontadas y goles decisivos en los últimos minutos, un equipo que empezó a ganar Copas de Europa a mediados de los años 70, un equipo que quería ser como el Real Madrid.
Todos los que lo han intentado se han quedado a medias, frustrados porque la realidad se impone. Las décadas pasan, los aspirantes presentan sus candidaturas, crean sus místicas para el combate y salen derrotados en el empeño. Llegado el momento, el Madrid sigue su camino sin mirar atrás, con una saga de víctimas a su alrededor: Milan, Bayern, Barça, Manchester United, Liverpool...
El Madrid infligió al Liverpool la mayor derrota que los reds han recibido en la Copa de Europa. Lo hizo en el sagrado Anfield, no en Madrid, ni en Kiev, ni París. Lo hizo donde más duele, una victoria para la historia, de las que dejan huella en el que gana y más aún en el que pierde. El Madrid no sólo destrozó al Liverpool, sino que le arrebató su mantra. Si el Liverpool quería ser el Madrid dispuso de la ocasión perfecta para conseguirlo: Anfield, dos goles rápidos, la atmósfera de una noche arrolladora, perfecta para vengar las derrotas en las finales de Kiev y París, para proclamar que por mal que le vaya en la Premier, su fulgor como club está por encima de esas contingencias.
¿Cuántas Copas de Europa ha conquistado el Real Madrid después de discretas o mediocres temporadas domésticas? Muchas. ¿Por qué? Porque la mística del club se instaló en lo más profundo del fútbol y aguanta década tras década. Es el equipo al que todos quieren batir, al que todos quieren igualar, al que todos pretenden sustituir en la cima del fútbol, pero no lo consiguen. No hay manera. De ese intangible simbólico trató también la clamorosa victoria del Real Madrid en Anfield. Dejó claro que el Liverpool no es el Real Madrid y que por brillantes que sean sus ciclos su posición corresponde a una escala menor. Cinco goles en poco más de 40 minutos, cinco en Anfield, explicaron lo que significa el Madrid y lo que no consiguen significar los demás.