Todos eran Guruceta
Los más veteranos se acordarán de Guruceta, ese señor que ofició entre 1969 y 1987, cuando los árbitros solo tenían un apellido. Guruceta se hizo famoso en la vuelta de un Barça-Madrid de Copa en el que se inventó un penalti a favor de los blancos y no vio otro para los azulgranas. Resultado: se clasificó el Real Madrid y Guruceta se convirtió en bestia negra del barcelonismo. Durante décadas, su nombre resonaba en el Camp Nou como un insulto, cuando el árbitro de turno se equivocaba en contra del Barça. Todos eran Guruceta.
El VAR está acabando con las críticas ad hominem. Es evidente que hay menos errores y están más repartidos. Estos días, las rectificaciones del VAR a favor del Barça han levantado ampollas. La cuestión es indignarse y, si los medios y redes se convierten en caja de resonancia, todo se agranda. Pero no hay nada nuevo bajo el sol. En el fútbol la memoria es corta y recordamos más las decisiones en contra que las que iban a favor. La pasión ciega domina sobre la razón fría, y acaso el problema es que el VAR nos obliga a hacer marcha atrás cuando ya habíamos celebrado un gol. Nos niega la fiesta.
Tengo un amigo que es físico y me habla de la presión del balón cuando el pie lo chuta. La elasticidad del cuero impide que el ojo humano pueda ver exactamente ese instante, solo a cámara muy lenta, y dice que sería mucho más fácil para el VAR definir en qué momento la punta de un taco impacta con una bola de billar, pues ambos objetos son poco elásticos. Es lo que hay, le digo yo, y mientras un humano busque el fotograma del contacto, o tire las delgadas líneas roja y azul, siempre habrá suspicacias. Mi amigo responde que esto se solucionará el día que la Inteligencia Artificial tome el mando del arbitraje, como en parte ya sucede con el fuera de juego o el gol fantasma. Su precisión nanométrica evitará disgustos y nadie la discutirá. Yo le digo que sí, de acuerdo, pero ese día el fútbol se habrá convertido en un videojuego y entonces no sé de qué hablaremos.