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Tenían que ser los Lakers

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Tenían que ser los Lakers, el equipo más icónico de la NBA. Y tenía que ser LeBron James, el jugador que devora récords legendarios a dentelladas, el más carismático del campeonato. La primera afirmación podrían discutirla los Celtics, la mítica franquicia que empata a 17 títulos de liga con la californiana, una rivalidad eterna. La segunda es indiscutible, salvo que regrese Michael Jordan y vuelva a vestirse de Dios, como un día le divinizó Larry Bird. Tenían que ser Los Angeles Lakers quienes inauguraran el palmarés del In-Season Tournament, el torneo dentro de la temporada, esa especie de Copa NBA creada por el comisionado Adam Silver para aumentar el interés y la competitividad en la sesteante primera parte de la campaña, que en la noche del sábado culminó en Las Vegas con la final que coronó al equipo de Los Ángeles. ¡Cómo no! Enfrente estaban los Indiana Pacers, que habían eliminado por el camino a los Boston Celtics y los Milwaukee Bucks, dos de los grandes favoritos al anillo, de la mano de una de las sensaciones del curso: Tyrese Haliburton. Pero el poder de la historia resultó aplastante a la hora de la verdad: 123-109.

Los Lakers estrenan así este nuevo torneo con un campeón de prestigio y, si me permiten la osadía, desempatan a títulos con sus rivales de Boston. Con perdón. El MVP tampoco podría ser otro: LeBron. No fue el mejor jugador de la final, un honor que recayó en Anthony Davis con unos abrumadores 40 puntos, 20 rebotes y 5 asistencias, pero el mítico James sí se erigió como el más destacado en el conjunto de la competición. Otra muesca más en las zapatillas del fenómeno de Akron, que el próximo 30 de diciembre cumplirá 39 años, todavía en lo más alto de la NBA, ese universo en que lleva brillando 21 años de nuestras vidas.

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