Socios del Madrid, santos inocentes

Hace muchos años me comentó Velázquez, entonces él jugador en activo y yo joven reportero, que cuando firmó su primer contrato profesional con el Madrid tuvo que renunciar a la condición de socio del club, que gozaba desde niño. “Ningún empleado lo puede ser”, me dijo. Hace pocas semanas le pregunté por la cuestión al hijo de un alto ejecutivo de los tiempos de Bernabéu y me lo explicó: “Don Santiago sostenía que si un socio iba al club a plantear o a reclamar algo, había que ver en él a un propietario, porque el club era de los socios. Ningún empleado podía tratarle de propietario a propietario, por eso ningún empleado podía ser socio”.

Hoy los socios siguen siendo formalmente los propietarios, aunque hace años que pueden ser socios también los empleados del club. Las cosas ya no son tan estrictas. Pero desde aquel extremo al actual se ha recorrido demasiado trecho. Aprovechando las obras del estadio, obras fundamentalmente de fachada y techado, Florentino ha identificado algunos sectores golosos de los que han centrifugado a los abonados, muchos de ellos socios veteranos que habían ido mejorando su ubicación con años y paciencia, en las oportunas renovaciones. No deben de ser pocos, porque me han llegado bastantes casos, y de zonas diferentes.

Esos sectores son ahora zonas VIP, a las que acceden adinerados con buena relación con la casa, mientras los antiguos ocupantes están más hacia el córner, o más atrás, o ambas cosas, ello sin perjuicio de que se les haya aplicado el correspondiente incremento de precio anual. A los que han insistido les explican que es cosa de la UEFA, que reclama esos espacios para los patrocinadores. No cuela. Hay 19 partidos de Liga por un máximo de 6 de Champions, así que se hubiera podido mantener al abonado en su localidad en la Liga, y cambiárselo sólo para el Euroabono. Además, ¿no estamos por cargarnos la UEFA? En fin, el socio no es lo que fue.

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