Sobre los legados de Ancelotti
Llegó una voz desde lejos, desde las Américas. Una voz diminuta que agrandó la potencia de las redes sociales. Que agrandaron la nueva cultura del odio y la antigua cultura de los celos. Dijo esta voz: “Yo no he podido encontrar un legado de Ancelotti al fútbol”. Cierto es que Carlo nunca ha atacado a los obreros de una ciudad deportiva ni ha dirigido partidos sentado en un enfriador para picnic como Bielsa. Cierto es que Carlo nunca ha metido el dedo en el ojo de un rival ni insultado públicamente a un jugador suyo como Mourinho. Cierto es que Carlo nunca ha dejado plantado un equipo en plena temporada como Sampaoli. Cierto es que Carlo nunca se ha quejado de que un árbitro haya acertado en un fuera de juego ni ha colgado un símbolo político en la solapa como Guardiola.
La fascinación de esta voz por los entrenadores que ponen su ego por delante, que piensan que son más importantes que sus jugadores, que van de intelectuales del fútbol y que “hacen el show” es, por desgracia, algo bastante común hoy en día. Una característica de nuestra época frágil y de nuestra civilización decadente en busca de nuevos ídolos que venerar. Algunos nos conformamos con el genio humilde, con el trabajo, con la simpática normalidad, con los múltiples trofeos y con el mayor legado que está dejando Carlo Ancelotti: la felicidad de los futbolistas y de los madridistas.