Sin Vinicius ni Benzema pero con Rodrygo
Nunca antes había visto el Sánchez-Pizjuán tan desambientado ante una visita del Madrid. Tampoco es de extrañar: el Madrid va un poco zombi por el campeonato, esperando que esto acabe de una vez para renovarse. Juega entre rumores de que si Bellingham viene, si Asensio se va, en unos partidos de compromiso a los que si se le quitan el torrente de emociones que se desparraman en torno a Vinicius parece no quedarles nada. Por su parte, el Sevilla tiene la mirada puesta en el miércoles y en Budapest, donde jugará su final ante la Roma de Mourinho y sólo buscaba un entrenamiento de calidad para llegar a tope.
Pero el Madrid no es sparring del que nadie pueda fiarse, ni aun con una alineación tan desmañada como la que ayer preparó Ancelotti, con un solo delantero, Rodrygo. Pero, lo que son las cosas, bastó con él, que remontó el gol rápido de Mir con dos tantos formidables: un golpe franco en el que pilló a Bono a contrapié, colocándole un cañonazo por su palo cuando esperaba el balón por encima de la barrera, y el otro haciéndole un nudo a Montiel, al amagarle por un lado para salirle por otro y rematar con precisión. Una maniobra que me recordó dos goles importantísimos de Amancio ante Inter y Partizán en la Sexta.
Rodrygo gana cuajo y seguridad en el Madrid. Va cobrando la seguridad que le faltaba, al revés que Tchouameni, que raras veces deja algo. Por lo demás, al final comprobamos que un Sevilla-Madrid siempre es un Sevilla-Madrid, y un agarrón de Ceballos a Acuña cuando iba a sacar de banda dejó envenenado al argentino, que al minuto le sacudió un tantarantán tremendo. Una reacción desproporcionada, en la que quise ver el desahogo por el amargor de perderse la final. Fue a la calle y el público la tomó con Ceballos, bético de origen y quizá de futuro. Eso nos permitió asistir a un buen detalle nuevo: la megafonía del Sevilla, sin instancia del árbitro, reprobó los insultos. Hay esperanza de que esto mejore.