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Después de la final del 2008 de baloncesto masculino de los Juegos Olímpicos, Felipe Reyes dijo que si no hubiese sido por el arbitraje, el resultado hubiera sido otro. Así lo vio cualquier espectador mínimamente neutral. Cuatro meses después, Chantal Julien, árbitra francesa en aquellos JJOO, reconoció en una entrevista para Basketnews, que los árbitros recibían indicaciones para pitar a favor de EE.UU. En ningún momento dijo que hubiese dinero, pero sí presiones. El silencio de la FIBA y la FEB fue atronador.

En el caso de los pagos del Barcelona a Negreira no es fácil demostrar que ese dinero se tradujera de manera empírica en favores, pero rara vez les han perjudicado. Eso sí, la intención de influir en los ánimos de un grupo de profesionales es manifiesta. El Barcelona, hace años, decidió salir del paraíso moral en el que decía vivir, pero el Comité Técnico de Árbitros no se puede permitir el lujo de la sospecha y que aún no haya sacado un comunicado es una anomalía poco tranquilizadora.

En España, la justicia arbitral tiene tres tipos: la primera y más popular es la que sufren los modestos, esquilmados y robados por parte de los colegiados con una chulería vergonzosa; como el Elche. El segundo modelo es la justicia para quien la puede pagar, como el Barcelona. Y hay una tercera categoría, reservada para los equipos muy grandes. Esos no necesitan pagar a nadie por la simple razón de que los árbitros les favorecen por su propia voluntad. Lo hacen por inercia, porque el ser humano tiene la comprensible tendencia de complacer al poder o, simplemente, por evitarse problemas. Y es que cuando un árbitro, ocasionalmente, se equivoca en contra del… Real Madrid (por ejemplo) es descuartizado durante días por un iletrado ejército de comentaristas. A lo largo de varias décadas, los árbitros (gratis o pagando) han regalado toneladas de puntos a dos equipos muy concretos. ¿Para cuándo un Robin Hood con silbato que quite al rico y reparta con el pobre? ¡Que se pronuncie el Comité!