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Redondo, Makélélé, Casemiro...

El puesto de mediocentro defensivo siempre ha sido determinante en la historia del Real Madrid para sus numerosas conquistas. Una posición ingrata por el desgaste físico que conlleva, pero que termina siendo clave en el engranaje del equipo para asegurar el equilibrio táctico que necesita un grupo campeón. En las Copas de Europa ganadas en los últimos 25 años (¡nada menos que ocho!), siempre hubo un jugador de referencia que supo poner el semáforo en rojo para que los rivales se viesen obligados a cambiar su línea de penetración si querían salirse con la suya. En Ámsterdam (1998) y París (2000) fue el gran Fernando Redondo el que impuso sus galones y su jerarquía con su zurda de seda y su carácter de hierro.

En Glasgow (2002) fue Makélélé, en aquel fascinante Madrid de Los Galácticos, el que permitió que cayera la Novena porque con su sacrificio incombustible Zidane volaba libre y era ese cisne con botas que fue clave en aquella Copa de Europa. Después llegó Lisboa (2014) y, aunque el tolosarra se perdió la final por tarjetas, la aportación del polifacético Xabi Alonso y su sabiduría en el juego de corte y confección fueron decisivas para que la tropa de Ancelotti levantara la Décima. Y desde 2016 fue el infatigable Casemiro el que ha clavado la bandera del Madrid en Iwo Jima para que hayan caído cuatro Champions en los últimos seis años con un liderazgo y un compromiso inquebrantables.

Tchouaméni tiene una pinta brutal y me parece un fichajazo. Tiene físico, calidad técnica y una madurez impropia de sus 22 años. El Madrid ha vuelto a dar en el clavo. Además, ‘Aurelio’ ha dado una lección a su compatriota Mbappé y le ha demostrado que en la vida no todo es el dinero. Tchouaméni ha firmado grandeza deportiva y felicidad personal. Le espera el paraíso del fútbol con los brazos abiertos. Ancelotti bate palmas con las orejas.