Política y fútbol
El fútbol puede cambiar el mundo y para mejor. Es un hecho. No hablo de proyectos que utilizan el fútbol como herramienta para el desarrollo social y la mejora de las condiciones de vida de personas en riesgo de exclusión social, que también podría hacerlo, sino de entidades puramente deportivas, de clubes y jugadores y entrenadores que son conscientes de que no viven en una realidad paralela, sino en un mundo que sufre y que urge mejorar. Desgraciadamente, el fútbol también puede ser una herramienta para detener el avance de las sociedades, un lastre para lograr mejoras, un instrumento al servicio de los malos y de los pasos atrás. Nos sobran los ejemplos.
El secretario de estado de Reino Unido, James Cleverly, respondió ayer a la cuestión de cómo serán recibidos los hinchas británicos de la comunidad LGTBI que viajen al Mundial, pidiendo a estos que sean respetuosos con las costumbres locales. Obviamente, no se refería a la observación de ciertas reglas como rezar cinco veces al día, sino a que mantuvieran oculta su identidad sexual. Desconozco hasta dónde llega la recomendación e ignoro si el gobierno británico elaborará una guía explicitando en qué momentos concretos las miradas locales pueden sentirse ofendidas. A ver: ¿pueden ir dos hombres de la mano? ¿Besarse en la mejilla? ¿Está permitido atusar el pelo a un amigo? ¿Darle un cachete animoso en el culo? ¿Todo esto aplica también para los futbolistas?
Mientras tanto, los jugadores de la selección de Irán apoyaron la lucha de las mujeres del país asiático contra la imposición del velo tapándose el escudo de su federación mientras sonaba el himno. Al mismo tiempo, varias asociaciones piden la exclusión de los persas del Mundial debido a la represión interna de su gobierno y su posición en el conflicto de Ucrania.
Hay quien dice que el fútbol no ha de ser mezclado con la política, pero es innegable que están unidos y son inseparables. Igual que el fútbol, también la política puede ser usada para bien o para mal.