Pogacar pretende ser como Merckx
El Tour ha sufrido un vuelco al adentrarse en los Alpes con una etapa gloriosa que nos dejó sabor del ciclismo de otro tiempo, el de años sin pinganillos ni potenciómetros, de ciclistas dispuestos a jugarse la piel sin más auxilio que su coraje. El gran derrotado fue Pogacar, y precisamente es a él a quien hay que felicitar con más entusiasmo porque no regatea una pedalada. A los de mi tiempo nos recuerda al Caníbal, Eddy Merckx, que quería ganar desde la primera prueba de la temporada hasta la última. No especulaba, atacaba con el maillot amarillo en busca de más y más ventaja. Lo mismo ha venido haciendo Pogacar, que ayer tuvo un mal día.
“Al Tour hay que ir amagao”, me decía Bernardo Ruiz, el primer español que acabó un Tour en el podio (el del 52, que ganó Coppi). Me lo decía para criticar la forma de correr de Bahamontes en sus inicios, cuando “gastaba pólvora en gurriatos” metiéndose en cualquier escapada hasta el agotamiento. “Eso sólo lo ha podido hacer Merckx”, me decía. Ahora lo pretende Pogacar, que sale a todos los movimientos, no da un metro a ningún rival y hasta esprinta en la meta por puestos menores a fin de rubricar su superioridad. Porque le gusta, porque es competitivo, quizá también para intimidar y disuadir a sus competidores: ojo que muerdo.
Por eso fue gran noticia verle rezagarse. La etapa era de aúpa: enlazaba el Télégraphe con el Galibier, donde ya se armó la trisca, y terminaba en el Granon. Galibier y Granon sobrepasan los dos mil metros, altitud a partir de la cual una mano atenaza la garganta. Vingegaard hizo una exhibición, Pogacar cayó a tercero en la general a más de dos minutos del danés, pero no besó la lona. Hoy sabremos si sólo fue un mal día cuando le veamos subir la otra cara del Galibier, la Croix de Fer y el Alpe d’Huez donde termina la etapa del día. De momento, ayer aprendió que el Tour te pasa al cobro los esfuerzos innecesarios. De eso sólo se salvó Merckx.