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Dice Pinker que estamos mejor que nunca en la historia, por lo tanto, añado yo, con menos autoridad intelectual y moral, los desmanes que tenemos que soportar son más graves hoy que ayer. Poco después de presenciar el cinismo social con el racismo sobre los negros encarnados en Vinicius tenemos que aguantar a un grupo de mermados mentales cantarle a Gavi, de 18 años, “puta Barça”, y llamar calvo al seleccionador. Todo esto ¡en una celebración! Son los mismos que enarbolaban la bandera blanca de la limpieza moral contra el racismo, solo porque tocaba a un jugador suyo, la misma semana que llamaban maricón a Guardiola. Los primos pobres de los que en el Open de tenis de Madrid insultan al rival de Alcaraz portando ropa de marca y gafas de sol de diseño mientras piensan que los males del mundo son siempre culpa de los demás.

No soy ingenuo, sé cómo funciona el ser humano en sociedad, pero al igual que metidos en un coche tenemos menos educación que saliendo del ascensor, el deporte y su competitividad, la noción de victoria a cualquier precio y la separación entre “ellos” y “nosotros” está sacando lo peor de gente que no aprovechó la educación primaria para forjar un andamio moral en condiciones. Así, sucede que en el salto a la convivencia social y política la empatía y la confluencia brillan por su ausencia. Y somos cada día más sectarios, peores. Por no hablar de las redes sociales, donde todo esto se exacerba al extremo, hasta hacer de personas inteligentes su parodia oligofrénica.

Todo esto surge de querer que gane el nuestro, pero más aún de considerar la victoria como lo único válido, en una vida donde se pierde más que se gana, un recorrido posibilista donde sorteamos piedras hasta el granítico bloque final, que a todos llega. Igual sucede en el deporte, ¿no lo ven? Así, cada vez que alguien rechaza la medalla de plata en una final, está cementando todo esto, haciéndolo más denso y duradero.

Todo acaba, lo interesante es el camino, saber perder. Adiós, feliz verano.