Pedro Rocha se atrinchera en su cubil

Dicen los que le conocen que Pedro Rocha es muy buena persona… Quizá. Pero la película a la que estamos asistiendo no incita a respaldar esa idea. Era el vicepresidente económico de Rubiales, testigo cuando menos de las cosas feas que allí han pasado con el dinero. Le dejó el propio Rubiales como sustituto, pensando en una provisionalidad que preveía no muy larga, y desde que se sentó en el sillón le cogió el gusto. En lugar de hacer lo que correspondía, convocar elecciones y administrar mientras lo cotidiano e inaplazable, se puso cómodo y a cencerros tapados planeó una estrategia para perpetuarse, con apoyo de un círculo de cómplices interesados.

En esa travesía filibustera ha ido arrojando carne al mar para demorar a los escualos. Al fugaz Víctor Francos y a las jugadoras de la selección les tiró por la borda al secretario general, al seleccionador femenino, al director de comunicación y al de integridad. Hace poco, tras las detenciones del caso Gruconsa, hizo pasar la tabla al gran Rasputín, el asesor jurídico Tomás González Cueto, junto con su adláter, Pedro González, hermano del arquitecto beneficiario de la fastrupia, y el director de Recursos Humanos, José Javier Jiménez. Finalmente, tras la imputación en el caso Jenni Hermoso de Albert Luque y Rubén Rivera, director deportivo el uno y de marketing el otro, también estos dos han ido al agua.

Buena persona, tan buena que no puede resistir tanta maldad cerca, y tan cándida que no fue capaz de detectar de qué iban todos estos, y mira que los ha tenido cerca. En realidad, su presencia ahí es una impostura que me hace dudar si estas decisiones que va tomando y alguna otra, como la renovación de Luis de la Fuente, resistirían una impugnación, pues está actuando como presidente sin serlo. Los que le rodean le siguen animando a presentarse, más que nada para salvar ellos su propio momio, por no decir culo. Cuentan que lo sigue pensando. Él no dice nada porque no se sabe expresar en público. Lo mejor que podría hacer sería multiplicarse por cero.

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