Noche de locura y 800 infernal
Los organizadores de los Juegos dejaron para el baloncesto -exhibición de Stephen Curry en los cuatro últimos minutos del Estados Unidos-Francia- el cierre de la penúltima jornada de la competición olímpica, pero en cuestiones de brillantez la final en el parqué de Bercy fue bastante inferior a la sesión en la pista lavanda del Stade de France, donde la cadena de acontecimientos dejó sin respiración a los aficionados al atletismo: el noruego Jakob Ingebrigtsen se desquitó de su cuarto puesto en el 1.500 con una contundente exhibición en los 5.000 metros; el keniano Wanyonyi venció en el 800 con una épica actuación; Letsile Tebogo (Botswana), ganador de los 200 metros, finalista en el 100, apuró tanto al último relevista estadounidense del 4x400 que estuvo a punto de consumar el sorpresón; Sydney McLaughlin, que había ganado, con récord mundial incluido, los 400 metros vallas, borró de la pista a sus rivales en el relevo femenino 4x400; la keniana Faith Kipyegon, derrotada en el 5.000 por su compatriota Chebet, recordó a los cuatro vientos que es la mejor mediofondista de todos los tiempos: ganó su tercer oro olímpico en el 1.500 metros.
Fue una tarde desbordante en una semana espectacular de atletismo, presidida por los récords mundiales de Mondo Duplantis en salto con pértiga (6,25 metros) y Sydney McLaughlin en 400 metros vallas (50,37 segundos). Duplantis salió de los Juegos como un atleta que trasciende su especialidad y, en términos de popularidad, el atletismo. Su siguiente objetivo es Los Ángeles 28, donde es probable que la hinchada local le reproche su condición de sueco en el estadio. Nació y vive en Estados Unidos, pero prefirió defender el pabellón del equipo escandinavo -su madre es natural de Suecia- para ahorrarse la cuchilla de los salvajes trials olímpicos.
Empezaron las jornadas olímpicas de atletismo con dos nombres de portada: Noah Lyles y Sha’Carri Richardson, banderas de la velocidad estadounidenses. Los dos salieron de París con una medalla de oro -100 en el caso de Lyles, 4x100 en el de Richardson-, pero sus nombres se difuminaron ante la avalancha de grandes noticias en la pista del Stade de France. Letsile Tebogo, un precoz prodigio de las pruebas cortas, se confirmó como un talento de época. Derrotó a Lyles en los 200 metros y asombró en el 4x400. El éxito de Cole Hocker en el 1.500 fue una de las sorpresas de los Juegos, pero también explica la crecida norteamericana en el medio fondo y fondo, por no decir en casi todo el espectro del atletismo. Con 34 medallas ha establecido una distancia abismal sobre las demás naciones.
Algunas tradiciones no cambian. Kenia, que no había ganado ninguna medalla de oro en la categoría masculina, no pierde su conexión en el 800. Sus atletas han vencido en las cinco últimas ediciones olímpicas. En 2012, Rudisha asombró en Londres con una victoria de punta a punta y un récord mundial que aún se mantiene (1:40.91 minutos), pero por muy poco. Emmanuel Wanyonyi hizo un Rudisha en toda regla, más complejo aún que el original por la resistencia que encontró en el camino, y ganó la carrera con una fenomenal marca: 1.41:19, el tercer mejor registro de la historia. El cuarto en la lista de todos los tiempos es el canadiense Arop. Fue segundo, a una centésima del keniano.
En el 800 todo sonó grandioso. Bryce Hoppel batió el récord de Estados Unidos, con 1.41:67, una de las 10 mejores marcas de todos los tiempos, insuficiente en cualquier caso para subirse al tercer cajón del podio. El español Attaoui terminó en quinta posición (1:42.08), registro que confirma su vertiginosa escalada en los ránkings y le sitúa como un atleta de gran tirón popular en un país que siempre ha sentido debilidad por el medio fondo.
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