No eres tú, Lamine; soy yo
Ya se sabe lo barato que resulta atizarle a Yamal por cualquier fruslería y lo bien que renta toda polémica asociada a su figura.

Buscando cómo matar el rato antes de viajar a Madrid, Lamine Yamal se dejó caer por ese pabellón psicodélico en el que se disputan los partidos de la Kings League para ver a unos chavales (que juegan por el salario mínimo, por cierto) pegando patadas a un balón. Menudo crápula está hecho el de Rocafonda. En lugar de ocupar el tiempo libre leyendo a Dostoievski, como suelen hacer el resto de los futbolistas de LaLiga, o pudiendo desplazarse hasta la sede del PSOE en la calle Ferraz y rezar el rosario, que es el mínimo grado de compromiso exigible en la nueva y verdadera España, al joven genio del fútbol mundial le pareció mejor idea echar la tarde del viernes con los amigos, relajarse un poco, pegar unos botes de alegría y disfrutar del ambiente: normal que medio país se haya pasado el fin de semana comentando su intolerable comportamiento.
Tampoco gustó un comentario suyo en el fragor de una discusión amistosa, distendida, un poco canalla. El contexto suele ser importante. No es lo mismo decirles a los amigos que podrías allanar el balcón del Palacio de la Generalitat de Catalunya sin necesidad de escalera, mientras compartís una pizza en el Papa Johns, que plantarte frente al edificio vestido de negro, armado con piolets y retando a la policía. O no debería serlo, pero ya se sabe lo barato que resulta atizarle a Lamine por cualquier fruslería y lo bien que renta toda polémica asociada a su figura. Y recuerden: no se trata de generar contenido a costa de un chaval de 18 años, ni de calentar al personal a pocas horas de un Clásico; todo nace de una preocupación sincera por el futuro del chico.
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No parece que este tipo de debates le vayan a quitar el sueño. Tampoco a un Kylian Mbappé que entiende, por propia experiencia, las dificultades añadidas por ser el vórtice en cada torbellino. También a él le explicaron, una y mil veces, qué hacer con su propia vida un montón de desconocidos que confunden las elecciones de otros con sus propios precipicios. Suerte que el balón siempre rueda hacia adelante. Detrás, lo dijo una vez el poeta, solo quedan algunos rezagados.
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