No basta con vencer, hay que convencer
Si en Múnich o en Leverkusen la crisis era un trámite que pasar, aquí es una especie de atmósfera...

Hay una ley no escrita en la Liga española: La competición no empieza en agosto, empieza oficialmente cuando llega la primera crisis, o crisis residual, de Barça o Real Madrid. Normalmente caen por noviembre, coincidiendo con los primeros signos de la prematura Navidad, y pueden incluso ser simultáneas en ambas capitales.
En este contexto ha entrado Hansi Flick, el hombre sobrio y antiruido. Por eso su imagen en el banquillo el pasado sábado, cabizbajo, triste, impotente (al menos eso era lo que transmitía) tras la victoria contra el Alavés, con Raphinha agachado dándole ánimos, ha generado preocupación e incluso un poco de incredulidad entre el barcelonismo. El propio Flick explicó en rueda de prensa posterior que el equipo tiene mucho que mejorar. “No tenemos la intensidad y el control de la pasada temporada”, confesó.
El clima en Madrid y Barcelona tiene el hábito dermatológico de provocar esas reacciones físicas en los entrenadores. Si en Múnich o en Leverkusen la crisis era un trámite que pasar, aquí es una especie de atmósfera, y la atmósfera tiene la virtud de ser tan expansiva como para instalarse por completo en el ambiente. Los banquillos de Real Madrid y Barça desgastan, desgastan muchísimo, y Flick, con bajas y jugadores a medio rendimiento, parece haber entrado en esa fase de erosión climatológica. El pasado sábado, Flick no parecía derrotado, de hecho su equipo venía de ganar, pero ya se le veía vencible, que es otra de las cualidades de la Liga: saca a relucir la fragilidad de los entrenadores, provoca que terminen bajando la mirada a sus propios pies.
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Hay otra ley no escrita en la Liga española: Si eres del Barça o del Madrid, no basta con vencer: hay que convencer. Y más aún: hay que ser fiel a una idea. Nada que no se solucione con dos o tres victorias importantes, al menos una de ellas en un gran escenario Champions, pero claro, estas tienen que llegar antes de que la apariencia de crisis haya hecho metástasis en el ánimo propio y colectivo.
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