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Neymar es ahora la mosca en la sopa

Hay que ver lo que dio de sí Neymar en España antes de llegar cuando provocó un pulso entre el Madrid y el Barça que hizo evocar la operación Di Stéfano de los lejanos cincuenta. Ganó el Barça a base de echar más carne en el asador. Supuestamente pagó 24 millones, pero se fueron descubriendo gatuperios sucesivos que escondían mayor valor del traspaso en conceptos ficticios, como la contratación del padre como supuesto observador de jugadores en Brasil. Fueron apareciendo cantidades como cerezas engarzadas con el estrambote de una multa por fraude, con Rosell y Bartomeu admitiendo que el Barça fuera condenado por tal.

El monto final se vino a calcular en unos 114 millones, grosso modo. La operación, con todo, se dio por buena en el mundo culé porque juntar a Messi y Neymar era replicar muy seriamente el sello galáctico del Madrid. Era un jugador además extraordinario, que, pese a su escapada anual a Brasil para el cumpleaños de su hermana y alguna informalidad más, funcionaba. Por su edad, le vimos sucesor impepinable para el Balón de Oro cuando se extinguiera el dominio compartido de Messi y Cristiano. Su partido en la remontada ante el PSG fue glorioso; digamos que hizo al menos tanto para aquel éxito como el árbitro Aytekin.

Pero la foto la robó Messi y él decidió volar solo, justamente al PSG, dejando 222 millones que Bartomeu, lástima, pateó en un santiamén. Nunca lo hubiera hecho. Bajó los peldaños que ahora no ha querido subir Mbappé para ir a un fútbol más cómodo en el que ser indiscutible reina de los mares. Pero eso le ablandó competitivamente, le hizo más informal. Y al cabo del tiempo le cayó encima de nuevo Messi y no digamos Mbappé, convertido en cruz de guía de aquella procesión pagana. Así que de reina, nada. Ahora estorba y se lo hacen saber. No está en ningún radar para el Balón de Oro y no es fácil que ningún gran club se haga cargo de esa hipoteca.