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Nairo, el tramadol y el exceso de celo

La Vuelta 2022 salió de Utrecht con 182 ciclistas, dos menos de los inicialmente previstos, que se quedaron por el camino en las horas previas por dos positivos de naturaleza diferente. Manuel Peñalver tuvo que dejar la carrera contagiado por el coronavirus. La pandemia ya no golpea a la competición como en las dos ediciones precedentes, el protocolo se ha suavizado, pero aun así todavía puede condicionar su desarrollo, como se vio en el Tour, con el abandono de 16 corredores. La otra baja está relacionada con los positivos de toda la vida, aunque en el caso de Nairo Quintana no se puede hablar en puridad de dopaje, porque sólo la AMA puede dictar internacionalmente lo que es o no es dopaje, y el tramadol no está en su lista, aunque en el trasfondo de su sanción sí asoma la sospecha de ese uso.

El ciclismo es uno de los deportes más golpeados históricamente por el dopaje, junto al atletismo y la halterofilia. Y con toda la razón. Entre sus vergüenzas del pasado hay siete ediciones del Tour de Francia con el campeón en blanco. Por ejemplo. Después de su época más oscura, que produjo daños de credibilidad, y también económicos, el colectivo ciclista tomó medidas para frenar la sangría, con tal exceso de celo que ha llevado la lucha más lejos que la propia Agencia Mundial Antidopaje. La actitud es inicialmente elogiable. Otra cosa es que salga bien. La Unión Ciclista Internacional detectó el excesivo uso del tramadol en el pelotón, un analgésico, y decidió en 2019 perseguirlo a través de un reglamento médico interno, a pesar de que la AMA no lo contempla en su lista. Nairo Quintana ha sido descalificado del último Tour por eso. Y luego se ha bajado de la Vuelta, aunque no estaba obligado a ello. Nairo va a recurrir al TAS, donde la UCI puede llevarse un revolcón, o no, por regular al margen del Código Mundial, aceptado y firmado por esta misma federación. Por intentar ir por delante.