Nadal no tuvo su barco vikingo
Cuando un gran deportista se despide, el aficionado espera un acto con el sentimentalismo de los funerales vikingos, porque solo una celebración de ese tipo puede estar a la altura del mito. Qué menos que un buen sjaund, o algún barco lanzado al mar con inscripciones sagradas. Y eso está pasando con Rafa Nadal. Muchos esperaban una despedida más espléndida de la que tuvo en Málaga. A Nadal le pusieron algo así como un vídeo recopilatorio de YouTube con sus mejores momentos y Miguel Díaz Román, presidente de la RFET y David Haggerty, presidente de ITF, le hicieron entrega de una fotografía que parecía haber sido impresa en una tienda de reprografía esa misma mañana.
Lo cierto es que las despedidas de los grandes deportistas casi nunca están a la altura de las expectativas de los aficionados. Cuando Messi se fue del Barça lo hizo solo, sin escuchar una última ovación de su afición, como cuando un extraño abandona un Airbnb antes de las doce dejando las llaves encima de la mesa del salón. La misma sensación de frialdad improvisada existió, por ejemplo, en la despedida de Iker Casillas con el Real Madrid. Un adiós tan austero que podría haber sido un sepelio.
Lo que ocurre con Nadal es que teníamos en la retina el adiós de Federer, esa inolvidable velada en el O2 Arena en la que se despidió flanqueado por los rivales que lo combatieron, y en la que jugó con Nadal por primera vez del mismo lado de la red. Tenemos en la retina la imagen de los dos sentados, con las manos agarradas y los ojos llorosos. Y claro, las comparaciones son odiosas. Pero, paradójicamente, a Nadal la mejor despedida se la ofreció el propio Federer, a través de unas líneas en sus redes sociales. “Pensé que estaba en la cima del mundo. Y lo estaba, hasta que entraste a la cancha en Miami con tu camiseta roja sin mangas, mostrando tus bíceps, y me venciste de manera convincente”, escribió. Pensé que estaba en la cima del mundo hasta que llegaste tú. Quién necesita un barco vikingo con semejante declaración de amor.
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