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De Rafa Nadal fascinan sus 22 Grand Slams, sus cinco Copas Davis, sus dos oros olímpicos, sus innumerables batallas con Roger Federer y Novak Djokovic... Pero, sobre todo, fascina su capacidad de pelea, de resistencia numantina, su negativa a rendirse. Lo fácil el año pasado en Wimbledon hubiese sido retirarse ante Taylor Fritz con el abdominal roto ante los gestos desesperados de su padre diciéndole que se metiera en la caseta. Lo normal hubiese sido tirar la toalla ante Mackenzie Mcdonald, lesionado ya en el segundo set. O dejar el tenis el año pasado en vez de disputar (y ganar) Roland Garros con el pie izquierdo anestesiado y el escafoides hecho papilla por la dolencia crónica que sufre. Pero eso no entra en sus códigos.

La voluntad de Rafa va por un lado y su cuerpo por otro, sobre todo ahora con 36 años. El año pasado sólo pudo disputar 12 torneos. En 2021, siete. La cara de Carlos Moyá, las lágrimas de su esposa Mery, o el gesto de desesperación de su mánager Carlos Costa lo dicen todo. Indican que cada vez el camino se pone más cuesta arriba. “El vaso se va llenando”, dice Nadal. Habrá que esperar al diagnóstico, pero pensemos en la primavera. En la tierra. En Roland Garros. Imaginemos la posibilidad de revancha contra la mala suerte en su torneo fetiche. Por Rafa no será. Él seguirá luchando. No lo duden.