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Nada que reprocharles

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Copa con garrafón. Ya es sabido que los derbis se han convertido en una locura total, con intercambio de goles y de golpes, de subes y bajas, de broncas y acciones maravillosas, de pasiones más o menos controladas en el terreno de juego y en la grada... Para el Madrid de Ancelotti, jugar contra el Atleti del Cholo es como visitar al dentista. El dolor de muelas lo tienes garantizado incluso con final feliz, como sucedió en las inolvidables finales de Lisboa y Milán, en el cruce copero del año pasado en el Bernabéu o en la reciente semifinal de la Supercopa en Riad. Para mí, el Derbi hay que empezar a escribirlo con mayúscula y planteo el debate de si está dejando atrás al Clásico. Los Madrid-Barça de los últimos tiempos no dejan esta sensación de igualdad extrema, acompañada de un chorro de goles y de espectáculo garantizado para el que paga una entrada. Esta vez, para el vigente campeón de Copa tocó claudicar, pero luchó hasta el final para cambiar su suerte. Incluso, con 3-2 hubo un gol de Ceballos que parecía llevarnos a una taquicárdica tanda de penaltis, anulado por un fuera de juego de Bellingham por el pelo de una gamba...

“Campeones, campeones”. Ese fue el grito de guerra con el que los 410 valientes vikingos que acudieron anoche al Cívitas recibieron a la triunfal tropa de Ancelotti. Me lo explicó mi amigo Gonzalo Sendín, hostelero de Salamanca que ama al Madrid más que a su vida: “Ellos no nos han hecho pasillo demostrando su falta de fair play, pero nuestros héroes de Arabia no se iban a quedar sin su cántico de ‘¡Campeones!’. Que nos hagan desprecios de ese calibre nos hace mucho más fuertes. Contra todo y contra todos”. Ni qué decir que se lo pasaron bomba con los goles de Oblak (en propia meta) y de Joselu, siempre Joselu. Los hombres de Carletto, lejos de encogerse por un ambiente ruidoso y tremendista contra todo lo que oliese a blanco, se vinieron arriba tras el 1-0 y el 2-1 hasta conseguir que la presunta caldera del exWanda se convirtiese en un simulacro elegante y refinado del Teatro Real... Madrid. Pero la velada estaba impregnada de un espíritu navideño y los regalos atrás cobraron una factura muy elevada en forma de eliminación.

La portería. Pensaba sinceramente que Lunin había ganado el debate de la portería. Pero el ucraniano mostró dudas en los primeros goles, sobre todo en momentos donde el Atleti apenas había inquietado y se veía sometido a la mayor calidad técnica y estratégica de los blancos. En el 1-0 pudo rechazar el tiro de Lino si llega a tirarse a tapar con más energía; en el 2-1 debió atrapar ese balón lateral cruzado en vez de despejar con timidez contra Rüdiger; y en el 3-2, el golazo de Griezmann, con lo alto que es debió cubrir su palo con más contundencia. Me temo, y lo veo lógico, que Kepa entra de nuevo en la ecuación. La sombra de Courtois sigue siendo muy alargada...

El futuro. Evidentemente, en un partido en el que el Madrid se topó con dos largueros y dos paradones de Oblak, asumir la eliminación de una competición en la que defendía el título no es sencillo. Pero estos jugadores han afrontado en ocho días tres batallas y esta era la segunda prórroga de este ciclo. Nada que reprocharles. Fe absoluta en lo que puedan hacer en la Liga y la Champions, a las que optan con plenos poderes. Y un abrazo para Jorge Pimentel, hermano de mi amigo Pimen que nos ha dejado para siempre de forma abrupta. Desde arriba seguirá apoyando seguro...

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