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Muro de Vallecas, cicatriz de Sarrià

Nunca he echado de menos el mar, pero entiendo a esas personas que no pueden estar sin él: yo siempre he sentido la necesidad de vivir junto a un estadio. Las catedrales del siglo XXI, los nuevos templos laicos, los esqueletos de multitudes de Benedetti, mis cicatrices de pasión futbolera. Necesito un estadio cerca como Woody Allen necesita Nueva York: “Vivo aquí porque puedo pedir un chop suey a las tres de la mañana, aunque ni siquiera me guste el chop suey”. Necesito sentir el fútbol cerca, aunque ni siquiera sea de ese equipo. Quizá porque todos los hinchas que comulgan se parecen entre sí.

El viejo Sarrià me remite a la infancia y a todo lo que empecé a ser. Tiraron abajo una parte importante de mi vida en 1997. Yo iba a ver a mi padre jugar, después empecé a compartir goles como hincha, y pude vivirlo como futbolista de la cantera: entrenaba en sus bajos y allí debuté con la camiseta blanquiazul del filial. Me sirve Sarrià para entender el miedo a perder Vallecas, un campo que se cae a pedazos, pero al que sujeta la dignidad de un barrio, ante un posible traslado. Vallecas necesita renovarse, y ojalá pueda rehabilitarse en su ubicación. Porque cada estadio que desaparece deja un vacío lleno de recuerdos que nadie sabe cómo reciclar: esos no lugares estorban más que los campos vacíos que solo abren una vez cada quince días y que hoy buscan convertir en centros comerciales y parques temáticos de los clubes. No es solo cambiar de campo, hay que preservar la leyenda.

Hoy los estadios se levantan desde cero o se reconstruyen de forma unitaria. Pero añoro esos campos en los que uno podía ver las cicatrices de la historia: esa primera Tribuna, la esquina sobre el chalet original, la cubierta que aquel fichaje ayudó a construir, el muro del fondo sur, la pared por la que asomaban los culos sentados. Los campos eran seres vivos e imperfectos a los que, finalmente, les llega su hora. En su lugar se levantan estos nuevos cyborg de la arquitectura, modernos, brillantes, asépticos. Soy optimista: el fútbol conseguirá, como en Blade Runner, que incluso en estos estadios replicantes vuelvan a verse cosas que no creeríais.

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