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Mundial, Nations League y, más allá, París

Ganar es un hábito, me decía Michael Robinson, y nuestras jugadoras lo han adquirido. Se manejan en cualquier tipo de partido con ese espesor de los grandes equipos, con ese indefinible sello de los que no temen a nada aunque tampoco desprecien a nadie. Ayer se trataba de Francia y de una final. Claro que también se trataba de una tarde grata, con 36.000 asistentes en La Cartuja, Fiesta de Andalucía y una temperatura muy pasable en comparación con la que sufrimos de Despeñaperros para arriba. En ese buen ambiente, ante unas gradas en las que ya lucen camisetas rojas con el nombre de nuestras jugadoras en la espalda, España ganó la Nations League.

Fue una superioridad discreta pero continua, sin pasar peligro, con una defensa bien afirmada en torno a Paredes y un gol en cada tiempo. El del primero, en una llegada al fondo de Olga Carmona tras un pase de Jenni Hermoso y centro para que Aitana Bonmatí marcara. El del segundo, obra de Mariona Caldentey, aprovechando un envío de Athenea. Dos goles para ganar, sin alardes pero con firme superioridad, un partido que vale otro título, este europeo. No les bastaba con haberse clasificado para los Juegos, que parecía el objetivo esencial. Nada les sacia, querían la Nations League, un trofeo que aún no valoramos como lo merece.

Esta vez no hubo interferencias en el júbilo final, preciosa expresión de felicidad de compañerismo. Ahora la mirada se dirige a París, donde seguiremos el torneo de fútbol femenino con un nuevo respeto. No se trata de algo menor, como el masculino, constreñido a selecciones Sub-23 con permiso para dos de mayor edad, sino de las selecciones auténticas. Allí se deberán enfrentar las nuestras otra vez a todo lo mejor salvo Inglaterra (Reino Unido, en el caso de los Juegos), que no se ha clasificado. Estarán todas las demás, pero el referente son las nuestras, tanto por sus recientes títulos como por el empaque que las distingue como equipo.