Messi aplaude a Scaloni, Mbappé retrata a Deschamps
Todo Mundial tiene su propio relato, sus héroes y sus villanos, circunstancias excepcionales que escriben la historia. Y la final de Qatar, uno de los partidos más bellos y emocionantes de siempre, no pudo ser más fiel a esta narrativa. Messi clausuró un debate histórico que Mbappé promete reabrir en un futuro próximo. Di María alcanzó la figura de leyenda, Scaloni organizó el plan de éxito que casi se le quiebra sin explicárselo y Deschamps debe quedar tocadísimo por desperdiciar tanto potencial y solo recordar atacar cuando lo tiene todo perdido. Sobre estos mimbres, Argentina se ganó la gloria en todos los sentidos ante una Francia timorata, que es lo que ha sido durante todo el torneo, hasta la aparición tremenda de Mbappé. Desde la alineación Scaloni se comió a su rival con la irrupción sorpresiva de Di María en la izquierda y la superioridad numérica y futbolística en el medio. Tener un hombre más por dentro, situando a Mac Allister a alturas similares a las de Messi para favorecer el juego entre líneas, desvencijó a una Francia que no ha defendido bien en toda la competición y no iba a ser menos en la final. A los lados de Tchouameni y Rabiot había siempre espacios libres de recepción y Argentina construyó con la determinación precisa para hilar en zona de tres cuartos y mover rápido después a la izquierda para buscar a Di María. Estas máximas tácticas estuvieron acompañadas de un aspecto emocional superlativo. La convicción y verticalidad con la que obraron De Paul, Enzo o Mac Allister, además de su infatigable repetición de esfuerzos, llevaron a Argentina a jugar en campo rival y a ingeniar transiciones de peso cada vez que Francia intentaba asomar la cabeza. Los duelos individuales siempre tuvieron color albiceleste para componer un baño en toda regla y en todos los frentes.
Mientras tanto, Deschamps se quedó a verlas venir. Koundé estaba muy pegado a Varane y la ocupación defensiva de Dembélé, más allá del torpe penalti, destaca casi siempre para mal. No hubo ninguna solución del seleccionador francés a tal flagrante inferioridad. Los cambios de Dembélé y Giroud para poner más piernas fueron retoques baldíos, porque el agujero estaba en una medular donde Griezmann no daba señales de vida para conectar el juego. Pero la singularidad del fútbol, capaz de transformar todo en una milésima de segundo, trajo una final muy distinta ochenta minutos después cuando Mbappé asumió un encargo casi divino. Es cierto que Deschamps contribuyó en parte a ello con la entrada de Camavinga en el lateral y ese 1-4-4-2 con Coman, Thuram, Kolo Muani y Mbappé, pero al final fue lo que quiso la estrella del PSG. Él solo cambió un partido decidido y originó un epílogo mundialista cargado de emoción, con una prórroga vibrante, de toma y daca, donde Scaloni reaccionó con los cambios y Messi apuntó otra vez hacia el triunfo hasta que Mbappé se lo volvió a negar. El ‘Dibu’ Martínez tuvo que restaurar los méritos de su selección. Argentina exprimió lo mejor de su fútbol y Francia pagó caro su conformismo estructural durante tanto tiempo. Se decía que le valía con lo que hacía, hasta que ya no le valió. De haber encarado la final de otro modo pudo haberla conquistado. Pero como jugó tanto tiempo no le podía servir, pese a tener a Mbappé, contra la Argentina de Scaloni y del más grande de siempre. Messi nunca quiso ser Maradona, ni falta que le hacía. Es mejor y este Mundial le ha confirmado como tal.
La contra perfecta
Mac Allister se asocia con Messi y arranca con verticalidad hacia el campo contrario. Lo mismo hace Julián Álvarez. En el lado débil siempre se queda Di María con espacio para desequilibrar y atacar en ventaja. La transición del 2-0 resumió la superioridad táctica, técnica, física y sentimental de Argentina durante 80 minutos.