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Mendilibar merecía una noche como esta

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La cámara enfoca en primer plano el orfebre que dibuja el nombre del Sevilla en el trofeo y por un momento pienso que lo sensato hubiera sido adelantar el trabajo, porque esta copa se pone siempre de su lado. Hay en la memoria de los sevillistas todo un rosario de trances imposibles salvados por su equipo en la lucha por estos siete títulos, una leyenda que coloca al club hispalense en la aristocracia del fútbol europeo. Esta vez ha sido el más difícil todavía, con un equipo que llegó a mirar a la Segunda División y recurrió como medicina desesperada a Mendilibar, un entrenador sin recorrido en estas alturas. Y con él ha apartado a Manchester United, Juve y Roma.

Fue una final de aúpa, en la que el taimado Mourinho, que tenía a Dybala mucho más sano de lo que anunció la víspera, aplicó toda su ciencia, que es mucha, a combatir las virtudes del rival. Es bueno en eso, es bueno en más cosas, es un buen entrenador, al que las verdaderas objeciones sólo se le deben poner como ciudadano. Pero es tan buen entrenador que hasta ahora no había perdido ninguna de las cinco finales europeas en las que había dirigido a uno de los contendientes, lo que quizá pueda servir para disculpar o al menos entender su exceso de postureo final. Pero es que el Sevilla venía invicto de seis, que a partir de ahora ya son siete.

Gran Mendilibar, por su tarea en estos dos meses y medio, y también en esta dura y tensa final en la que supo enderezar el equipo sobre la marcha. Y por su flema en un partido tan largo (147 minutos sumando la prórroga y todos los descuentos) que empezó en mayo y terminó en junio. Mantuvo una tranquilidad que se transmitió a sus jugadores a la hora de lanzar los penaltis que decidieron este séptimo título europeo para la sala de trofeos del Sevilla, al que el curso que viene no veremos en Segunda, como llegó a temerse, sino en el bombo 1 de la Champions. Final feliz para una gran plantilla que encontró en este vasco serio el jefe que estaba necesitando.