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Me duele Luka Modric

Los miembros de R.E.M. volvieron hace un mes a subir juntos a un escenario después de 16 años desde su último concierto. Fue en su ciudad, en Athens, acompañando a una banda tributo y su cantante Michael Stipe ni siquiera cantó. Enseguida tuvieron que desmentir su vuelta y enfriar el calentamiento de sus fans que esperamos algo que no se va a producir. Entonces, ¿para qué este caramelo? ¿Por qué mantener viva esa cuenta de Instagram que no cesa de recordarnos lo que nos gustaría volver a ver a R.E.M. en directo? Viendo ese interruptus empecé a pensar en Luka Modric porque me agobia esta incertidumbre. No sé si me duele más verle chupar banquillo o ganando partidos.

En realidad sí sé lo que me duele menos. Como seguir seriamente a un equipo de fútbol nos lleva a preocuparnos por la táctica, la tesorería y el marketing creo que lo mejor sería una temporada horrible del croata. Encadenar muchos partidos sin participar hasta que todos asumiéramos el final, ahorrarse un nuevo año de ficha y darle el 10 a la nueva estrella. Pero eso sería un ejercicio de cobardía, como las parejas que prefieren un divorcio a gritos antes de buscar una solución. Y como todas las buenas historias de amor de verdad Luka Modric se merece otra cosa.

El pasado domingo vimos otra vez esos giros de cadera que hacen imposible quitarle el balón, volvió a parar y arrancar en mitad de un bosque de piernas para convertir el círculo central en su pradera, desatascar un trombo con nuevas vías por los córners e incluso bajar el culo para no ser desbordado por los regates de Lamine Yamal (16 años por los 38 de Modric) en los últimos minutos. Algunos dirán que el nivel del Barça fue tan bajo que hasta permitió a Luka hacerse dueño del partido. Pero también fue decisivo en la eliminatoria contra el City, que sí son palabras mayores. La exhibición del domingo no fue un caricia inocua en el corazón de los románticos sino una demostración de amor útil que merece una firma por un año más que alargue la leyenda de Luka Modric.

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