Marruecos-Argentina y espíritu olímpico
Existe un debate recurrente sobre si el fútbol pinta algo en los Juegos Olímpicos o no. Se profesionalizó enseguida, fue expulsado (1928), luego readmitido (1936) en versión amateur… Hizo vida aparte, creció en torno a su Mundial, echó raíces por todo el mundo, llenó estadios y se cargó de hábitos que le distanciaron mucho de lo que conocemos como ‘espíritu olímpico’. Cuando se venció el tabú del profesionalismo, se respetó la alternancia entre Mundial y Juegos Olímpicos porque fundirlos sería inconveniente. Y el fútbol pasó a acudir a los JJ OO (1988) con profesionales Sub-23. O sea, en una versión descafeinada.
Han sido muchos años de hacer vida aparte como para ahora mezclar bien, y se nota. Aficionados y practicantes de otros deportes recelan del fútbol, no les gusta verle ahí, en esas dos semanas sagradas de los Juegos. Por su parte, los aficionados al fútbol lo consumen de cualquier forma, pero el torneo olímpico no deja de ser una cosa que no se sabe del todo qué es: un Mundial Sub-23 pero con permiso para tres refuerzos que pasen la edad… Y, sin embargo, se ve. Sus asistencias son mayores que las de prácticamente cualquier otro deporte y en la tele se sigue mucho. El España-Uzbekistán dio un 15% de share.
A este rechazo del mundillo olímpico hacia el fútbol nada le puede cargar más de razón que los cochambrosos sucesos del Marruecos-Argentina del miércoles, que juntó todos los vicios, antiguos y nuevos, de este deporte: pasión exagerada, mal perder, la nueva moda de saltar al campo porque sí (hasta siete interrupciones hubo), el enredo con la duración de los partidos y la guinda del VAR con la anulación, sin noticia a los argentinos, de ese gol del minuto 106 que provocó la gran invasión final. El ‘espíritu olímpico’ basureado 48 horas antes del desfile inaugural. Cuesta admitirlo, pero el fútbol arrastra algo incorregible.
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