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Marc Gasol, el aceite ardió en 2019

Marc Gasol tendrá un plácido camino rumbo a los 40. Un par de días después de cumplir los 39, se retira del baloncesto. Se lo ha dejado todo por este deporte y también por la familia. Él también hizo el viaje a Memphis cuando su hermano Pau, cuatro años y medio mayor que él, dio el salto a la NBA. A Marc le tocó estudiar y lanzar a canasta anónimamente en el Lausanne School sin tener ni idea de inglés; y luego tuvo el coraje de volver a casa, también en la sombra mientras todos mirábamos a Pau volar sobre Garnett o quien correspondiese, para empezar a medir en el Barça y en Girona su nivel real en el baloncesto profesional.

Marc ha tenido la piel dura. Eso le permitió escribir su propia historia sin necesidad de grandes titulares. Se ganó su propio espacio hasta convertirse en un jugador gigantesco, con una rapidez mental que le ha permitido ser un jugador valorado hasta el extremo en la mejor liga del mundo, capaz de llenar el hueco que dejó su hermano en los Grizzlies, incluso de meterse más en los corazones de la gente de Memphis y llevarlos donde no alcanzó Pau, la final de la Conferencia Oeste de 2013. Marc es el mejor anotador, reboteador y taponador de la historia de la franquicia. Por algo le retirarán próximamente la camiseta en una ciudad en la que incluso fue padre. Eso no se olvida. Aun así, siguió explorando sus límites.

A mediados de agosto de 2019, tuve la fortuna de entrevistarlo en Los Ángeles. Terminaba de ganar el anillo con los Raptors, adonde había aterrizado de la mano santa de Sergio Scariolo, con quien curiosamente había tenido un roce nada más llegar el italiano a la Selección (“le prometí un puesto de titular en 2009 y no cumplí”, confesó por primera vez el italiano en una entrevista a este medio ese mismo verano). En aquella charla encontré un jugador eufórico, feliz, redondo por todo lo que en ese momento le daba la vida y el deporte. “No sabía que tenía un vacío, el anillo lo ha llenado”. Lo que seguramente no esperaba Marc es que un mes después, con un equipo liderado por él y Ricky, España se iba a proclamar campeona del mundo en el Wukesong de Pekín después de una semifinal histórica contra Australia, en la que dio una exhibición de madurez y pulso.

En aquella temporada, Marc Gasol jugó 111 partidos. Ganó el anillo de la NBA y fue campeón del mundo de selecciones. Seguramente, aquello le vació (“terminé las finales echando humo del malo y quemando aceite”). Luego, ha sabido ir digiriendo el final. De los Raptors a los Lakers; y luego la maldita pandemia que, al menos, le permitió poder bailar en julio de 2021 con su hermano por última vez en Tokio (”es el momento de bajar de la atracción a la que subimos hace muchos años”, dijo en Saitama en el adiós). Como prometió, regresó a sus orígenes, Cataluña, para devolver a la ACB al Girona, el equipo que seguramente más seguridad le dio para saber que dentro de él había un jugador grande. Marc, dicen, es un tipo muy especial, difícil de resumir en tres párrafos. Lo único que pretende este artículo es intentar explicar que su éxito ha sido integral. Chapeau, Marc.