Madres y padres del fútbol
Los superhéroes no llevan capa pero sí gorra de chófer. Yo me la encasqueto hacia las seis y pico de la tarde y ya no la suelto hasta las nueve de la noche de lunes a viernes, amén de sábados y domingos para los partidos, fuera y en casa. Conduzco en los asientos de atrás a tres chavales cuya pasión por el fútbol depende de que servidor les lleve y les traiga o, si el curro se alarga, supervise un complejo planning de recogidas con otras madres y padres en apuros.
Terminada la jornada laboral, o acaso haciendo un alto, adultos de distinto pelaje sin taxímetro comenzamos la ruta de carga y descarga de pequeños deportistas en canchas por doquier con horarios diferentes y hasta solapados. He conocido pocos casos de solidaridad mayores que los del chat del equipo de fútbol de los hijos. Algunos incluso parecen disfrutarlo. Hoy por ti, mañana por mi. Está tardando el Premio Princesa de Asturias de la Concordia para estos grupos de whatsApp.
Con el fútbol profesional encauzado, estas semanas de septiembre vuelven a ser la pretemporada de los guajes y el centro logístico hogareño de los deportes. A los que empiezan este año con la ruta, ánimo. Y un consejo: una vez logres organizarte, desconecta esa parte del cerebro que maneja la gestión del tiempo libre y las expectativas de ocio propias. ¿Adónde van esas horas de aquí para allá? ¿Qué hacemos con esos ratos muertos pasando frío como pasmarotes, hartándote de café en cantinas de club, charlando con otros superhéroes en la banda del campo sobre la enésima crisis del Madrid, escuchando podcast criminales guarecido en el coche? Ni se te ocurra pensarlo.
Todo lo demás que hay que saber lo han escrito ya Galder Reguera en Hijos del fútbol y Carlos Marzal en Nunca fuimos más felices. Y sí, confirmado, pese a su mala fama, el fútbol también es una gran manera de educar a niñas y niños con alegría. A los que seguimos en la brecha, esperando la edad en que los chavales vayan y vuelvan solos, este pequeño mensaje de empatía que no oculta un balonazo de melancolía. Necesito mi tiempo de vuelta, pero a la vez ya vislumbro la angustia de cuando llegue el día en el que no me necesiten para acompañarles a lo que más felices les hace en el mundo.
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