Los Juegos de una ciudad
Voy a poner el broche a los Juegos Olímpicos de París 2024 sin escribir de las medallas incumplidas, ni de la actuación española, ni de estrellas internacionales, ni de nuevas leyendas… En esta ocasión, para echar ya el cierre al candado y tirar la llave, voy a dirigir la mirada a una ciudad: París. La capital de Francia, una de las más bellas del mundo, y desde luego una de las que más episodios transcendentales de la historia ha acogido en sus calles, albergó por tercera vez unos Juegos, la única sede junto a Londres que lo ha hecho hasta la fecha, y que igualará Los Ángeles en 2028. Después de aquellas dos experiencias en blanco y en negro, en 1900 y 1924, ambas bajo el aura del fundador olímpico de los tiempos modernos, Pierre de Coubertin, la ciudad de la luz, de la moda y del amor afrontaba el reto de asumir otro salto a la modernidad. Si había una urbe que podía hacerlo, esa era París.
Sus Juegos Olímpicos, y esto es una valoración subjetiva, han sido un éxito organizativo, sobre todo por el esplendor de sus sedes y por la implicación incondicional del público. Un país dividido, que unos días antes encaraba unas elecciones decisivas para su convivencia, supo aparcar rencores y diferencias para unirse en torno a un desafío: los Juegos de París, los Juegos de Francia. En esto, todo hay que decirlo, recordaron a los Juegos de 1992, cuando toda España se abrazó en Barcelona. París ha sabido poner en valor su patrimonio, su belleza, sus lugares más icónicos, para situarlos como escenarios del deporte. Han sido unos Juegos integrados en la ciudad, sin artificios, ni mastodontes luego inservibles. Sólo Londres 2012, cercanamente, hizo alguna cosa parecida. Esta valentía francesa también ha conducido a errores, claro. El Sena contaminado formaba parte del mismo plan. Pero la grandeza ha estado muy encima. Han sido los Juegos de una ciudad. Y de un país.
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