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Los culés, Montjuïc y el Kilimanjaro

El Barça estrena mañana en el Gamper y ante el Tottenham su nueva casa, el Estadi Olímpic Lluís Companys. Las previsiones del club son que hasta noviembre de 2024 no se podrá volver al Camp Nou y que las obras continuarán hasta 2026. En los últimos meses se ha producido un fenómeno que ha arreciado en los últimos días ante la inminencia del traslado: Montjuïc de repente se ha transformado en el Kilimanjaro.

Por la manera en la que se está tratando la mudanza en los medios de comunicación —y la percepción de la mayoría de los aficionados— a partir de mañana ir a ver un partido del Barça será algo parecido a hacer un safari que terminará con una peliaguda ascensión hasta llegar a coronar la cima de la montaña. Es tal la magnitud de la aventura que deberá acometer la expedición azulgrana que una se pregunta cómo pudieron lograr celebrar nada menos que unos Juegos Olímpicos sin incidentes hace 31 años o cómo se las apañaron los aficionados del Espanyol durante 12 para acudir al mismo estadio sin problemas. La conclusión, en fin, es que quizás están exagerando un pelín la situación.

Autobuses gratis cada tres minutos, el funicular, 3.500 plazas para motos y taxis que pueden aparcar casi hasta la puerta son algunas de las opciones, además de ir a pie en un paseo que desde Plaza de España hasta el estadio tiene una duración de 20 minutos incluso si vas acompañada de un perro que no puede utilizar las escaleras mecánicas y que va parándose a oler y hacer sus cosas durante el trayecto como servidora ha podido comprobar personalmente. Menos de 17.000 abonados culés han solicitado tener asiento en el Estadi Olímpic, mientras que los del Espanyol no bajaron de la cifra de 19.000 durante más de una década porque, ilusos, no se lo tomaron tan a la tremenda ni tuvieron la sensación de que llegar a Montjuïc fuera una hazaña digna de contar a los nietos. Que igual los del Barça son unos finos es una tesis que ya se puede empezar a desarrollar.