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Los ciclistas tienen que mojarse

El Giro de Italia, que este domingo celebrará su 15ª etapa, ha cubierto ya dos jornadas de gran montaña, ambas con un resultado similar: combate nulo entre los aspirantes. Ni cosquillas. El viernes 12, los gallos subieron el Gran Sasso de la mano. Y una semana después, el viernes 19, hicieron lo mismo en Crans Montana, con el agravante de que el recorrido fue castrado a causa de una presunta meteorología extrema, que luego no sucedió. Cómo será la cosa, que hasta el presidente de los ciclistas italianos, Cristian Salvato, ha pedido perdón “a la afición y a la organización” por el error. No es la primera vez que ocurre en el Giro, la gran vuelta más zarandeada por el mal tiempo. En 2020, una etapa lluviosa se redujo también casi a la mitad, con enorme polémica. Al ciclismo moderno no le gusta mojarse.

El problema, seguramente, radica en que el protocolo de la UCI sobre las condiciones de clima extremo no es demasiado preciso. Esa subjetividad permite que el corredor interprete situaciones similares de diferente manera. En el Giro, los ánimos están alicaídos por el torrente excepcional de abandonos por enfermedades y por caídas. Seguramente ese cansancio, tan mental como físico, les empujó a tomar una decisión equivocada. Pero por encima de ese desacierto está también la falta de acción en la carretera. Hay un aficionado al ciclismo fiel que sigue cualquier etapa. Pero hay otro aficionado puntual, que es realmente quien ejerce el salto en las audiencias, que no se ha enganchado a este Giro, porque los dos días que se les anunciaba como grandes se han desinflado sin explicación. Nadie duda de que el pelotón esté sufriendo, pero esa es precisamente la esencia de un deporte agonístico. No nos engañemos: este Giro no tiene tirón. Falta una semana, durísima. Y todavía hay tiempo de ver algo de espectáculo. De crear afición o de morir en la burbuja. Los ciclistas lo tienen en su mano. Siempre ha sido así. Hay que mojarse.