Opinión | Juan Gutiérrez

Los abucheos a una leyenda

Los que sufrió ayer Novak Djokovic a la salida de la Rod Laver no están a la altura de su historia...

Los abucheos a una leyenda
Edgar Su
Juan Gutiérrez
Subdirector de polideportivo. Ha desarrollado toda su carrera en AS desde 1991. Cubrió dos Juegos Olímpicos, siete Mundiales de ciclismo y uno de esquí, 12 veces el Tour y la Vuelta, seis el Giro… En 2007 fue nombrado jefe de Más Deporte, puesto que ocupó hasta 2017, cuando ascendió a subdirector en las áreas de Motor, Baloncesto y Más Deporte.
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El Open de Australia es a Novak Djokovic lo que Roland Garros a Rafa Nadal. Y lo que Wimbledon a Roger Federer. Su Grand Slam talismán. Allá donde ha marcado una época y un récord de leyenda. Los abucheos que sufrió ayer a la salida de la Rod Laver no están a la altura de su historia. Un campeón como Djokovic no debería ser nunca despedido de ningún sitio con silbidos, pero menos en el grande que ha honrado durante tantos años. Es verdad que Nadal también tuvo un periodo de desaprobación en París, pero con el tiempo supo tornarlos en aplausos, y ahora el vínculo afectivo es estrecho por ambas partes, hasta el punto de que Rafa ocupó el eje central de la Inauguración de los Juegos Olímpicos. París es Nadal.

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Algo similar debería ocurrir entre Djokovic y Melbourne, extensible a toda Australia, pero no es así. Su caso es el inverso. Un relato de desamor. Recordemos que en 2022 fue deportado del país por su resistencia a la vacuna del coronavirus, aunque aquello realmente fue un asunto más político que deportivo. Novak sigue sin vacunarse, por cierto. Pero ese es otro asunto. ¿Qué ha sucedido para irse entre pitidos del grande que ha conquistado diez veces? Djokovic se retiró ayer lesionado tras perder en el desempate del primer set ante Alexander Zverev. Esta vez no había cuento. “Era demasiado dolor”, explicó el serbio. Seguramente al público le escoció que no hiciera un mayor esfuerzo por seguir, sabedor que si hubiera ganado esa manga, no habría abandonado. La grada valora más actitudes como la de Nadal, que alargaba renqueante los partidos por respeto. A esa razón se une que la relación ya venía deteriorada en el torneo por su desplante al micrófono oficial, o por las acusaciones de un envenenamiento hace tres años. Argumentos, en todo caso, con poco peso si los ponemos en la balanza frente a lo mucho que ha dado Nole a este torneo. No se merece una despedida así.

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