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Lenidad de la UEFA con las bengalas

La plácida noche europea de Anoeta, con otra exhibición de buen juego de la Real, que está que se sale, ante el Benfica, se vio alterada por el lanzamiento de algunas bengalas desde la grada alta que ocupaban los aficionados portugueses a la de abajo, cargada de un público familiar. Un acto insensato y peligroso, gamberrismo de ribetes terroristas. ¿Qué se pretendía con eso? ¿Quemar a alguien? ¿Provocar un movimiento de pánico de consecuencias imprevisibles? ¿Simplemente desquitarse del baño deportivo que le estaba dando la Real a su equipo? Una actitud odiosa ante la que el presidente donostiarra, Jokin Aperribay, reaccionó con gallardía.

Su proclama al final del partido no puede caer en saco roto. Hace tiempo que vemos a la UEFA demasiado despreocupada de la presencia de bengalas en los campos. En Francia y Grecia son algo absolutamente común, que pasa sin sanción. Son peligrosas, se supone que se requisan en registros a la entrada, pero algunos las cuelan en salva sea la parte y eso ocurrió posiblemente en Anoeta, donde luego la policía difundió la foto de una gran mesa con todo lo que sí se requisó en los preceptivos registros a la entrada. Aparecián bengalas y objetos punzantes. Pero en lugares como Marsella la cantidad que se cuela habla de permisividad oficial.

La UEFA podría y debería cerrar la grada ultra del equipo local ante esas exhibiciones de fuego fatuo masivas. Podría y debería prohibir que se vendieran por varias temporadas entradas al equipo visitante, en casos como este del Benfica. Podría fijarse en cómo lo hace aquí LaLiga, que hace años que viene combatiendo con acierto los usos y costumbres de los ultras. Esta vez, al menos, la reacción de Aperribay permitió identificar de inmediato a algunos de los culpables tras un severo filtrado de la policía a la salida de la grada visitante, con las imágenes de los lanzadores a la vista. Pero sólo la UEFA puede acabar con esto.