Las victorias saben mucho mejor en Celtic Park
Celtic Park devolvió el fútbol a un lugar donde la historia y los ritos cuentan, aunque la historia sea menos placentera ahora para el Celtic de Glasgow que para el Real Madrid. Tiempo atrás fueron dos referencias indispensables en el fútbol mundial. El Madrid ganó su sexta Copa de Europa con la edición ye-yé. Un año después, en 1967, el Celtic desbordó todos los diques defensivos del Inter de Milán en Lisboa. Fue el Celtic, y no el Manchester United o el Liverpool, el primer equipo británico que ganó la Copa de Europa, con una alineación integrada por 11 jugadores que habían nacido en un radio de 100 kilómetros alrededor de Glasgow. Han pasado 55 años de aquella gesta y del Celtic queda el nombre, su leyenda, un campo formidable, donde se respira fútbol por todos los poros y el orgullo de un equipo rico en historia y corto en dinero, esta vez capaz de apurar al Real Madrid en la primera parte de un partido magnífico.
El Madrid es un portaviones del fútbol, el más representativo de la escena mundial. Ha mantenido o aumentado su popularidad y define con exactitud el modelo que se ha impuesto en Europa. Es una máquina futbolística y comercial que no encuentra equivalencia en el Celtic, excepto en la pasión de sus hinchas. Al equipo escocés le ha jibarizado el diminuto tamaño de su liga. Convive con el vecino más rico y gastador del planeta, la Premier League, pero su destino es empequeñecerse, a pesar de su fabuloso caudal de seguidores en todo el mundo. Como su detestado rival, el Glasgow Rangers, está condenado a las estrecheces de los campeonatos pequeños.
Sus particularidades se observan en las gradas de Celtic Park, campo mítico, con un aforo superior a todos los campos de la Premier, salvo Old Trafford y el Tottenham Hotspur Stadium. Es un lugar que inspira historia y grandeza. En su atmósfera se percibe un aroma sin plastificar, sin postureo. El equipo ha perdido un sinfín de peldaños en Europa, pero el Celtic de Glasgow evoca fútbol con alma. Ya no lo integran jugadores de los pueblos mineros de los alrededores de la ciudad.
Tampoco es el viejo bastión del catolicismo. Su entrenador, Ange Postecoglou, es un australiano de origen griego, sin ninguna experiencia en el fútbol europeo hasta que le contrató el Celtic, donde ha reconvertido al equipo con poco dinero, buen gusto y un gran aprovechamiento del mercado que mejor conocía: el japonés. Cuatro jugadores de Japón son habituales en el equipo, ídolos para una hinchada que recibió con escepticismo a Postecoglou y a sus jugadores del Extremo Oriente. Sin dinero para competir con los figurones del mercado, el Celtic ha buscado jugadores en caladeros lejanos y baratos.
El resultado es digno de elogio. Celtic Park preserva su incandescente atmósfera emocional y celebra los progresos de su equipo, alejadísimo del primario estilo de las tres últimas décadas. Postecoglou ha introducido al Celtic en la modernidad del juego, con el mérito de conseguirlo sin estrellas. El equipo juega bien, con dinamismo, ambición y desdén por el pelotazo sin sentido. De ahí, el valor de la victoria del Madrid, que atravesó por momentos preocupantes en el primer tiempo, superado por su rival, que alcanzó el área con criterio, facilidad y varios remates.
Los tres goles explican el mérito del Madrid, arrollador, casi perfecto en el segundo tiempo, exquisito y fulgurante a la vez, sin Benzema, lesionado, pero con el mejor Hazard de los dos últimos años. Ingresó despistado, perdido en el campo, y no tardó en integrarse en la dinámica de un equipo que tiene todas las bielas engrasadas. Si Hazard está en condiciones de recuperar algunas o casi todas las cualidades que le hicieron figura del fútbol, no encontrará mejor lugar que el Real Madrid, equipo que invita al disfrute. En el venerable Celtic Park, frente a un equipo superior al que se esperaba, el Madrid brindó una fenomenal segunda parte y Hazard ofreció destellos más que esperanzadores.