Las goleadas y “los buenos” y “los malos”

El martes de la semana pasada se dieron varias goleadas escandalosas en la Champions y surgieron no pocas voces reclamando una competición más elitista, con menos equipos, excluyendo a aquellos cuyo nivel parecía estar muy lejos del de los gigantes. Esas mismas voces permanecieron calladas el día siguiente cuando perdieron el Real Madrid, el Bayern Múnich y el Atlético ante oponentes a priori inferiores, pero esa ya es otra cuestión.

Cuando en los Mundiales de fútbol empezaron a entrar selecciones de continentes futbolísticamente menos desarrollados, los resultados abultados fueron constantes. La solución que se tomó fue la opuesta a la de excluir a los conjuntos débiles: se les dio más cupos (habrá quien diga que se hizo para ingresar más dinero, que también, pero por encima de todo se corrigió una injusticia histórica). El resultado es que, varias décadas después, hemos visto a Corea del Sur y a Marruecos jugando semifinales de Copas del Mundo. La hazaña de los asiáticos llegó con mucha polémica, pero lo que importa en esta discusión es que, independientemente de que se beneficiara de decisiones arbitrales controvertidas, compitió los partidos contra Italia y España —no le pasaron por encima—. Hablando mal y simplificando —y uso las comillas con el propósito de que no se asuma una literalidad que resultaría ofensiva—: cuando pones a “los malos” a jugar más a menudo contra “los buenos”, “los malos” crecen y se acercan a “los buenos”. Lo peor que puedes hacer es separarlos.

El fútbol de clubes, sin embargo, tiene un condicionante que lo distingue del de selecciones: el dinero pesa mucho más. “Los buenos” son cada vez mejores porque reciben premios económicos por sus victorias y por sus audiencias que luego reinvierten en sus plantillas. La propia dinámica de este fútbol actual lleva a que las diferencias aumenten. Y la receta para corregirlo consiste en que los órganos federativos regulen más e introduzcan políticas para reducir estas distancias. Ésta, y no la opuesta, es la vía para caminar hacia un fútbol mejor para todos —y no sólo para los que más tienen—.

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