La vieja guardia del Madrid y los alpinistas
Pasan las finales y el Real Madrid no desfallece. Es un reloj. En 2018 perdió contra el Atlético la final de la Supercopa de Europa, un islote en el océano de victorias de un equipo que ha derrotado a ingleses (Liverpool y Manchester United), alemanes (Bayer Leverkusen, Eintracht de Frankfurt), holandeses (Feyenoord), italianos (Juventus) y españoles (Atlético de Madrid y Sevilla) en las finales de las diversas competiciones europeas disputadas en los últimos 20 años, la edad que todavía no ha cumplido Camavinga. Algo parecido ocurre cuando se amplía el mapa. Todavía escuece el tropiezo con Boca Juniors en diciembre de 2000 (Rodrygo Goes no había nacido). Ese repelús por la derrota impregna al Madrid más que a ningún otro club del mundo y a la vez le confiere la seguridad que a los rivales les falta.
Venció al Eintracht con el equipo clásico, los invencibles de las últimas cuatro finales de la Copa de Europa. No están todos (Sergio Ramos, Cristiano Ronaldo…) pero se mantienen Benzema, Casemiro, Modric, Kroos, Carvajal y algunos otros que llevan en la sangre el espíritu del club. Nacho es uno de ellos. Lucas Vázquez, otro. Cuando se les necesita, no fallan. Generación tras generación, el testigo cambia de manos y la mentalidad no decae. La rueda del Real Madrid gira sin cesar.
Ancelotti, clásico entre los clásicos, no dudó en alinear a los mismos jugadores que superaron al Liverpool en la final de París. Es fácil interpretarlo como un premio y una señal de agradecimiento a los protagonistas de aquel partido, pero también se extrae otra lectura de la alineación. En la cabeza del entrenador italiano, la vieja guardia aún es la mejor garantía de éxito para el Real Madrid. A quienes lleguen por detrás, y parece que vienen unos cuantos y muy buenos, les toca escalar el más vertical de los muros. Más les vale tener mentalidad de alpinistas.
Basta observar el rendimiento de Modric, Casemiro y Kroos para comprobar el desafío que espera a Camavinga y Tchouameni. Algún día serán titulares, imprescindibles quizá, y sobre ellos girará el equipo. Ellos moverán la incesante rueda del Real Madrid, como otros lo hicieron antes de que Modric y compañía se instalaran en las alineaciones, pero a día de hoy su posición es la de privilegiados aprendices. Por delante tienen una línea histórica de centrocampistas, una imposible de olvidar.
No le hizo falta una gran actuación al Real Madrid para derribar al Eintracht, un equipo que tiene miga cuando puede liberarse y correr. Aunque el japonés Kamada es un estupendo centrocampista que merece aparecer en el radar de clubes más potentes, no hay manera de pensar en un solo futbolista del Eintracht en condiciones de jugar en el Real Madrid.
Hubo uno hace tres temporadas (Luka Jovic) que lo intentó, sin asomo de éxito. La distancia entre los recursos del Madrid y del equipo alemán es abismal. Se demostró el miércoles en Helsinki.
Unos o dos buenos apuntes de cada jugador del Madrid, de Courtois a Vinicius, resultó suficiente para marcar diferencias. El portero es más que un gigante por estatura. Hay algo intimidante en su figura, la sensación que obliga a los delanteros rivales a pensar y repensar sus remates, y esa indecisión siempre es mala en el fútbol. Courtois impone, está claro. Una vez más, fueron los centrocampistas quienes articularon el partido del Madrid, sin excesos, pero con categoría.
A su lado, los medios del Eintracht parecían juveniles. Esa sabiduría es tan impagable como el mágico idilio que mantienen Benzema y Vinicius. Destinados a no entenderse hasta poco más de un año, ahora funcionan en la misma señal de onda, indetectable para las defensas de los equipos rivales. La del Eintracht no fue una excepción.