La velocidad venció por 4-1 al toque

Velocidad contra toque, eso fue el partido. ADN madridista podríamos decir, porque aunque el madridismo no guste de teorizar sobre sí mismo es cierto que hay una línea histórica en su juego, que podríamos asociar más con el nervio y la velocidad de ejecución que con la paciencia y la elaboración, que son lo que podemos entender por el ADN Barça. La final fue un contraste entre esos dos estilos y se volcó de parte del Madrid, no diré que porque su fórmula sea siempre mejor, pero sí porque ayer la aplicó con más fe que el Barça la suya. O quizá más bien por el descuido del Barça, que ofreció muchos metros a Vinicius y Rodrygo.

En realidad la final se resolvió muy pronto, con dos jugadas centelleantes, sendos pases al vacío: uno de Bellingham a Vinicius y otro de Carvajal a Rodrygo, con el fruto de sendos goles de Vinicius. Ambas jugadas explotaron el descuido de la línea adelantada del Barça y la posición hundida y estática de Iñaki Peña. El Barça intentó seriamente reponerse, incluso pareció capaz de ello cuando, frente a un Madrid recostado atrás, movió, movió y movió el balón en una jugada larga hasta que Gündogan encontró resquicio para un pase a Balde cuyo centro, despejado por Mendy, cayó como llovido a Lewandowski, que remató con potencia homicida.

Fue un espejismo. Fue lo único bueno que hizo el Barça. Lo siguiente fue un penalti de Araújo a Vinicius, por agarrón cuando iba a cabecear con ventaja. El Barça protestó con ardor. Para mí fue penalti y, ya que lo pitó, Martínez Munuera debió expulsar, no amonestar, al uruguayo, que luego se ganaría la segunda amarilla por desahogarse con una patada a Vinicius. Para entonces el partido ya estaba 4-1, fruto de otro ataque rápido, y se disolvía en cambios. Munuera se tomó la liberalidad de pitar el final en el 90′, ignorando el descuento propio por el nuevo gol y los varios cambios. Si los alguaciles manejan la ley a su antojo, ¿cómo esperan que les respetemos?

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