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La quiebra del principio de igualdad

Confieso que lo esperaba, antes incluso de que lo adelantara la Cadena SER. En muchos de los clubes profesionales siempre se tuvo la sospecha de que, en algún momento del proceso, Liga, Federación o Consejo pasarían por el aro de Laporta en el caso Olmo en aras del mal entendido bien común de la primera competición nacional y de todo el fútbol español a costa de pisotear la norma que todos se habían dado para garantizar la buena salud de un sector que durante décadas vivió enfermo de imprudencia y despilfarro. Pero hemos descubierto que esa norma de ‘fair play’ y buenas prácticas contraviene una ley superior, la del embudo, ancha para un grande y estrecha para los demás.

Pregunten al Eibar por Kike García, al Getafe por Pedro León y al Málaga por Okazaki, entre otros. O al Elche, al que el juez de disciplina de la Liga mandó a Segunda por impagos. En su caso nadie apreció esos indicios de nulidad de pleno derecho o de presunta falta de competencias de la comisión de seguimiento RFEF-Liga que ahora invoca el CSD (que, por cierto, solo ha escuchado a una parte) para tirarle un salvavidas a Laporta, que lo celebró con un corte de mangas muy de su estilo. Tampoco se advirtió el “perjuicio económico y deportivo grave” que figura en el comunicado de absolución temporal para el Barça y que no sirvió para ellos. Convengamos en que estamos en un país cuyo derecho es garantista, pero convengamos también que la justicia deportiva es inmediata o no es justicia.

Me alegro por Dani Olmo y por Pau Víctor, dos activos del fútbol español, dos buenos futbolistas y dos buenos chicos atropellados por la torpeza ajena, pero la decisión ha quebrado definitivamente el principio de igualdad, que no es otra cosa que la base de la credibilidad en una competición. Primero quiso hacerse pasar por fuerza mayor una circunstancia casi tan antigua como las campanadas de fin de año: que los bancos echan el cierre cada 31 de diciembre a primera hora de la tarde. No coló. Ahora el escudo es el principio de seguridad jurídica, que hay que preservar más o menos según los casos.

Laporta, en su segunda etapa, heredó una situación casi desesperada y le ha faltado valentía para hacer lo único que procedía: resistir con austeridad, con cantera (quizá la mejor del fútbol mundial) y con lo que había hasta sacar el camión del barro. Las dos últimas Champions del Madrid le nublaron, le hicieron saltar de liana en liana en lugar de pisar tierra firme, le metieron en una espiral frenética de fichajes a costa de hipotecar el futuro del club, de vender las joyas de la abuela, confiando en la manga ancha de la Liga, que la tuvo. Ahora las consecuencias pueden ser mucho más graves que seis meses de domingos al sol de dos futbolistas inocentes. Ya es posible saltar la valla del ‘fair play’ y poner de nuevo el sistema en peligro.

Cuarenta y un clubes tienen razones sobradas para denunciar donde proceda el indebido trato de favor a otro que ya arrastra la condena social, veremos si también judicial, del Caso Negreira, que Laporta no puso en marcha, pero consintió generosamente. Ya hay un club, el Sevilla, que no pisa el palco del Camp Nou por ello y, que se sepa, no forma parte de lo que el universo laportista conoce como caverna mediática o central lechera, justificación recurrente para acallar cualquier crítica externa.

En Escocia desapareció el Rangers, uno de los dos grandes, ahogado por las deudas y la vida siguió. Italia descendió a Milan y Juventus, dos gigantes, por escándalos de corrupción, y la vida siguió. Una intervención judicial precipitó la caída a los infiernos del Atlético y la vida siguió. Habrá que reconocer que las consecuencias de aquellos pecados fueron mucho más graves que la no inscripción de dos futbolistas durante seis meses. Las de ahora están por llegar, pero el daño reputacional a Barça y Consejo ya es imparable. Vale con preguntar a los opositores a Laporta, que están muy lejos de ser hombres de la caverna.

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