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La promesa de Camavinga

El matemático y filósofo francés, Blaise Pascal, escribió la frase definitiva para explicar que no se puede explicar el amor: “El corazón tiene razones que la razón ignora”. Esa extraordinaria reflexión vale para el amor verdadero, el que cuenta de verdad. El amor por un hombre, una mujer, unos padres, unos hermanos y unos hijos. Sin embargo no funciona con el sentimiento que tiene el aficionado por los jugadores de su equipo. Porque uno quiere a un futbolista en particular por razones fácilmente reconocibles y muy bien definidas. En mi caso lo tengo claro cuando pienso en mis preferidos. Quiero a Modric porque simboliza el fútbol que me gusta, el de la creación, de la técnica y de la elegancia. Quiero a Carvajal porque tiene un corazón más grande que sus dos pulmones reunidos y que representa mejor que nadie lo que es el madridismo.

Quiero a Vinicius porque regatea con virtuosidad, incendia cualquier defensa y es alérgico a la renuncia. Ningún fallo le impide intentarlo de nuevo treinta segundos después. Pero hay un jugador del Madrid que quiero por algo esencial para el disfrute del espectador. Ese es Camavinga. Me encanta verle porque cada vez que coge la pelota, lanza una promesa. Dice con su gesto que algo va a suceder. Y lo bueno es que sucede. Su fe en todo lo que hace es su mejor aliado y el principal aliento de mi emoción.