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La pirámide del tenis

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España es una potencia mundial del tenis. Sobre todo el masculino, aunque el femenino tampoco anda cojo. Las dos primeras raquetas de la ATP ondean actualmente la misma bandera, Carlos Alcaraz y Rafa Nadal, al frente de una Armada que asciende a diez jugadores en el top-100. Sólo Estados Unidos supera esa cifra, con 12 representantes, y con Taylor Fritz como punta de lanza en la octava posición. Los factores del éxito son múltiples: la fuerza de los clubes, la tradición del deporte, la implantación de academias de primer nivel, el clima propicio para su práctica, la proliferación de referentes… Pero todavía faltaba rematar el edificio con una buena estructura de torneos. El Masters de Madrid y el Open de Barcelona sólo eran el pico del iceberg, el máximo nivel, la casa de la élite, pero hacía falta hilvanar una telaraña más amplia para atrapar a los talentos desde las edades más tempranas.

Cuando Miguel Díaz accedió a la presidencia de la Federación de Tenis, se planteó como uno de sus grandes objetivos aumentar el número de torneos internacionales celebrados en España en todas las categorías. En aquel 2016 había 62 eventos bajo el paraguas de la RFET, menos de la mitad que en la actualidad: 132. “La guinda del pastel”, como la llama el propio Díaz, ha sido el Gijón Open, que se ha estrenado esta semana como el primer ATP 250 en propiedad de la Federación. El torneo es el vértice de una pirámide que tiene un primer efecto práctico para el tenista español: un jugador puede avanzar hacia el profesionalismo sin tener que viajar apenas al extranjero, lo que antes suponía un freno para algunas perlas de futuro y para la economía de sus familias. Hay todavía trabajo que hacer, siempre lo hay, como por ejemplo completar el mismo proyecto en el circuito femenino, pero España sienta las bases desde abajo para consolidarse en lo más alto.