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La mayoría de edad del fútbol femenino

El Mundial femenino celebra su novena edición con un salto notable: 32 equipos. Empezó en China 1991 con 12, saltó a 16 en el tercero (Estados Unidos 1999), a 24 en el séptimo (Canadá 2015) y ahora sube a 32 el número de países que envían equipo a esta nueva Copa del Mundo, que se celebra con un pie en Australia y otro en Nueva Zelanda. Ya están vendidas un millón de entradas, si bien hay que hacer la salvedad de que el interés es mucho mayor en Australia, donde hubo hasta que cambiar el Australia-Irlanda de estadio dentro de la misma Sídney para llevarlo al de mayor capacidad que en Nueva Zelanda, donde se regalan entradas.

La FIFA ha hecho bien esto. Lleva años poniéndose al compás en los progresos para la integración de la mujer, algo que en fútbol resultaba más difícil. Hace medio siglo era un mundo tan macho que a la mujer ni se la concebía como espectadora. Parte de este desarrollo se lo debemos a Estados Unidos, que tras el intento de la NASL con Pelé integró el fútbol en sus mejores colegios ‘wasp’ como deporte europeo con valores superiores a los propios, que consideraban degradados por modos malevos de guetos barriales. El deporte colegial femenino tomó un auge allí que sirvió de estímulo a focos nacidos en otros lugares, en especial en la Europa del Norte.

El fútbol femenino es en sí reivindicativo, porque pese a todas las aparentes buenas intenciones rema río arriba. Rapinoe, que se despide en este Mundial, ha alzado su voz hasta el punto de crear una plataforma, TOGETHXR, con un ideario que, para entendernos, es la antítesis del de Trump, al que se enfrentó directamente. La mayoría de las selecciones que compiten han vivido episodios reivindicativos de distinta índole. Recordemos que el de la nuestra no fue el menor ni mucho menos y les costó a varias no estar ahí, porque en toda revuelta fallida hay víctimas. Hoy se estrenan contra Costa Rica en las antípodas, pero las sentimos muy cerca.