La justicia poética se alía con Roglic
Primoz Roglic se ha asegurado la conquista del Giro de Italia después de su emotiva victoria en Monte Lussari. No conozco a nadie que no se haya alegrado por este éxito. El esloveno es un ciclista que con el tiempo ha logrado caer bien a la mayoría de los aficionados, por su perseverancia y por su voluntad para levantarse de los golpes, que han sido muchos, y alguno bastante sonoro, a lo largo de su tardía carrera. Su derrota más dolorosa fue en aquel Tour de Francia 2020 que llevaba controlado hasta la penúltima etapa, cuando Tadej Pogacar se puso la capa de Superman para arrebatarle el maillot amarillo en la cronoescalada de La Planche des Belles Filles. Por esa razón, resulta de justicia poética que Roglic haya ganado el Giro de Italia 2023 precisamente en otra cronoescalada, también en la víspera del final. Como viene a acostumbrarnos, lo hizo con susto incorporado, porque se le salió la cadena en un bache cuando volaba hacia la maglia rosa que portaba Geraint Thomas. En ese momento, muchos pensábamos que el destino volvía a ser cruel con Primoz. Fue un instante de angustia, en el que todos nos encarnamos en ese aficionado y en ese mecánico que le empujaron para volver a meterle en carrera. Pero esta vez sí se alió con la suerte para remontar a Thomas, que sufrió la otra cara, y coronarse hoy en Roma.
La emoción de la crono ha compensado en parte el soporífero Giro que hemos vivido en esta edición, aunque sería más correcto decir que hemos vuelto a vivir, porque en la Corsa Rosa llueve sobre mojado. Dejar la dureza para el final puede fomentar la igualdad, vale, pero también provoca que los aspirantes se muestren reservones hasta entonces. Ya lo vimos el año pasado, cuando Jai Hindley y Richard Carapaz se jugaron el triunfo en los últimos cuatro kilómetros de la Marmolada. Estos trazados inspiran correr con la calculadora. A Roglic, ahora sí, le salieron los números.