NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

Se inicia el campeonato y con él rebrota la ilusión de cada aficionado. La tabla clasificatoria de los últimos años constituye una prueba empírica de que los presupuestos determinan los logros de los clubes. Pero mientras el fútbol siga siendo un juego en el que influyen variables como el azar o la impensable irrupción de un jugador novel, hay cabida para que cada cual cultive su particular ilusión: el culé sueña con ganar la Liga, el bético con alcanzar la Champions, el aficionado del Athletic con meterse en Europa, el del Rayo con no pasar apuros y el hincha del Cádiz con permanecer en Primera.

El término ‘ilusión’ procede del latín ‘illusio’ que significa engaño. ¿Qué sería el fútbol sin el engaño? El jugador hábil engaña al rival con una finta, el pícaro engaña al árbitro tirándose a la piscina y el aficionado comienza la temporada ilusionado, es decir, engañado, mientras transcurre el tiempo sin que se cumplan nuestros sueños de la infancia. Pasada la juventud, el ser humano vive con cierta resignación: aunque siempre nos trazamos objetivos, con los años va menguando el impulso que nos incita a perseguir los sueños. Además, muchos de ellos se sitúan en un horizonte lejano, que se torna difuso. Siempre es posible un golpe de suerte, pero, mientras tanto, necesitamos ilusionarnos, es decir, engañar nuestra esperanza con posibilidades factibles y a corto plazo, como las que proporciona el fútbol al despertar en el aficionado, con cada inicio de temporada, una renovada ilusión.

Cierto: no es gran cosa. Pero conozco a tipos que desprecian el fútbol como un pasatiempo banal, considerándolo el opio del pueblo, mientras viven en la más absoluta apatía y la frustración de no conseguir lo que anhelan. Ignoran que la ilusión del futbolero es de las más románticas. Porque, a diferencia de cuando deseamos objetos que implican un aumento de riqueza material, con la victoria de nuestro equipo no ganamos nada, en sentido estricto, más allá de la emoción y el goce experimentados colectivamente, sin ninguna finalidad instrumental ulterior. Me parece una manera más razonable de andar por la vida que suspirar por un yate. Este fin de semana ha empezado la Liga. Me veo ilusionado. Y no me avergüenzo de ello. ¡Que comience el engaño!