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La historia de un jugador de balonmano

Esta columna cuenta la historia de un jugador de balonmano. Es, por tanto, la columna de un deportista en un territorio infrecuente, el de los espacios de opinión habitualmente monopolizados por el fútbol. Pero no te sientas incómodo, Javi, este también es tu sitio. Javi es Javi Díaz, portero histórico de la Asobal que el pasado domingo se despidió de la máxima competición después de 23 temporadas y 650 partidos, una cifra que solo han alcanzado unos pocos bendecidos por el gen de la longevidad en el balonmano español. Javi Díaz comenzó parando con 13 años y se va de la Asobal con 48, compartiendo vestuario con chavales a los que dobla la edad y aconseja sobre la vida. Por su currículum desfilan los cuatro equipos históricos gallegos de la Asobal, el Chapela, Octavio, Teucro y el Cangas; pero también el Teka Cantabria, Villa de Aranda y Valladolid.

El balonmano es en España como la Galia de Astérix y Obélix, un reducto de resistencia, de locos fantasiosos agarrados a patrocinios inverosímiles. Algunos jugadores compatibilizan el oficio con otro trabajo para llegar a fin de mes con holgura porque todo en el balonmano tiene un poso de incertidumbre adicional. Pero, para algunos jugadores como Javi Díaz, el balonmano lo ha sido todo. Si tu identidad se basa en ser deportista de élite y, de pronto, desaparece ese vínculo, te quedas suspendido en un ‘¿Quién soy ahora? ¿Quién puedo llegar a ser?’.

Da la casualidad de que Javi Díaz es el marido de mi hermana y, por tanto, mi cuñado. Así que yo he crecido presenciando sus incertidumbres, sus dolores y moratones en muslos y brazos con forma de constelaciones. He vivido sus trayectos en furgonetas y autobuses por autopistas y carreteras comarcales, sus estancias en hoteles pero también en precarios hostales con humedades y literas. He notado el cariño de las gradas allá donde fuese, los apretones de manos, los abrazos, el respeto. Y también he tenido la suerte de ver cómo ha transmitido esa pasión a mi sobrino, que salta a la pista como quien desenvuelve regalos el día de Navidad. La historia de Javi, que deja la Asobal tras 23 temporadas, no ocupa portadas. Tampoco hace falta, pensaréis. Pero es una de esas historias alejadas del avispero mediático que dan sentido al deporte y a sus valores.