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“La firma de Dios”

La Copa América tiene un honor exclusivo: es el único campeonato que une a Di Sféfano, Maradona, Messi y Pelé. No les une la Liga española, en la que nunca jugó Pelé. Tampoco un Mundial, que nunca disputó Di Stéfano. Ni siquiera en el club de campeones del mundo son tres: falta Messi. Los astros parecen desalineados por esto último; tal vez de que Messi no tenga un Mundial provenga también parte del agujero en la capa de ozono. El Mundial es la sombra de Lionel, puede que la única. No se puede comparar en dramatismo con las muchas sombras de Pelé o Maradona, pero no deja de ser una mancha expansiva.

Hace poco decía Messi que después del Mundial se tendría que replantear muchas cosas. Seguramente por esa amenaza velada de despedida y porque Argentina —como Brasil— continúa demostrando su solvencia frente a algunas debilidades europeas, la grada ha enloquecido. Allí donde juega Messi con la selección argentina se forman tumultos y espontáneos saltan al campo para que les firme camisetas, espaldas, pieles o cualquier cosa susceptible de ser trazada. Son tantos los espontáneos —los tres últimos durante el partido frente a Jamaica del pasado martes— que yo me los imagino formando una sociedad secreta organizada, una asociación de devotos con el cromo —la figurita— de Messi en un altar improvisado, bajo un cartel fluorescente de Panini.

Mientras tanto, Messi continúa respondiendo en el campo, que es una frase que nos encanta escribir a los columnistas deportivos. Últimamente parece otro cuando se enfunda la remera de Argentina, como Supermán saliendo de la cabina. Sigue intacta la inercia de la Copa América en Brasil que certificó el compromiso hace tiempo perdido —tanto que Maradona le llegó a suplicar que no dejase la selección—. Con Argentina sumida en un terremoto político y emocional, con la inflación disparada y pocas expectativas de crecimiento, Messi —sí, Messi en sí mismo— está siendo un espacio de catarsis y liberación nacional a falta de 52 días para el Mundial de Qatar.