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La fea salida de Pablo Laso

Pablo Laso habló este lunes públicamente por primera vez desde que se produjo su salida del Real Madrid el 4 de julio. Sus palabras no han aclarado mucho más de lo que ya se conocía o lo que ya se deducía. Que Laso se sentía, y se siente, en consonancia con sus médicos consultados, físicamente recuperado para seguir con su labor profesional de entrenador, después del infarto, lo que él llama “un infartito”, que sufrió el 5 de junio y que le impidió completar la temporada en las semifinales y en la final de la Liga ACB. Y que el Madrid, por su parte, maneja otra información médica, que desaconseja su continuidad en el actual momento. Hay cierto tono en sus declaraciones que pone en duda estos informes, que Laso asegura no haber visto. Esa desconfianza nos lleva al lado sombrío del asunto, a esa sospecha de que los responsables de baloncesto del club han aprovechado la situación para apartar a Laso. En cualquier caso, es difícil de demostrar. Incluso, si fuera demostrable, el Madrid está en su derecho de extremar las precauciones internas en un asunto tan delicado como la salud.

La discrepancia se ha resuelto con una ruptura de contrato por mutuo acuerdo, y con un ruido de fondo que afea el adiós de uno de los técnicos más importantes de la historia del club, el hombre que reflotó desde el banquillo una nave a la deriva para devolverla a lo más alto, en España y en Europa. Eso es lo peor de todo. Que Laso, por su historial, merecía una despedida a la altura de su expediente, que ni la entidad, ni tampoco él mismo, han sido capaces de cerrar. El asunto se ha envenenado tanto con la tormenta de estas dos últimas semanas, que ahora resulta muy difícil enderezarlo. Laso debería poder pasearse por el club madridista como lo que es, una leyenda, como lo hacía Pedro Ferrándiz, o como lo hace Lolo Sainz. Pero la imagen que va a quedar es la imagen de la bronca. Una pena.