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La cabeza de Terreros

José Manuel Rodríguez Uribes, el nuevo presidente del CSD, ha pedido la dimisión de José Luis Terreros, el director de la CELAD, para evitar “el daño reputacional al que se expone el deporte español” y “la más mínima sospecha o duda en relación con la lucha contra el dopaje”. Uribes ha reaccionado rápido ante la presunta mala praxis de la agencia estatal, con positivos demorados en los cajones y con controles hipotéticamente fuera de la ley, que han provocado una dura reacción de la AMA. Hay que aplaudir la firmeza del secretario de Estado, si bien llega tarde para liberar nuestra política antidopaje de la “sospecha” y la “duda”, porque “el daño reputacional” está hecho desde hace tiempo, sobre todo desde que se enterró la Operación Puerto sin sanciones. Las irregularidades actuales, que Terreros niega, solo han refrescado internacionalmente la mala imagen. España ya estuvo casi un año suspendida por no adaptar su ley al Código Mundial. Otra cosa es que lo hayamos olvidado.

El levantamiento de aquella sanción coincidió con la llegada de Terreros a la Agencia. Desde entonces, apenas se ha hablado de dopaje, lo que dio una falsa impresión de problema resuelto. Ante esa plácida falta de ruido, todos los secretarios de Estado miraron a otro lado: José Ramón Lete, que fue quien lo nombró en marzo de 2017, María José Rienda, Irene Lozano, José Manuel Franco, Víctor Francos... El propio Uribes también fue ministro del Deporte, sin que el dopaje preocupara a nadie. Dos directores anteriores, Ana Muñoz y Enrique Gómez Bastida, habían levantado las alfombras y publicitado su lucha, pero aquello era incómodo. Terreros fue elegido para hacer lo que ha hecho, y lo que no ha hecho. Con discreción. Una de las primeras consignas que recibió fue tratar poco con la prensa. Cuanto menos se hablara de dopaje, mejor. Ahora ha vuelto a la primera plana: el dopaje, digo. Y Terreros ha dejado de ser útil.