Kroos, Mandi y las manos del Nuevo Testamento
No quiero que pase un día más, aunque sea a costa de ignorar las despedidas tan significativas que vivimos (y no me refiero a la de Mateu Lahoz y su obscena dramatización con familia incluida, sino a otras mucho más serias), sin maldecir una vez más el desvarío a que se ha llegado con las manos en el Nuevo Testamento. El domingo le pitaron a Kroos una de esas que el jugador sólo puede evitar si salta como un pingüino. Lo recordarán: a un centro pasado, él salta, el balón le sobrevuela, un contrario cabecea a su espalda y el balón le pega en un brazo que está abierto, en horizontal. En posición natural de salto.
Fue penalti, que paró Courtois. Desgraciadamente, nos vamos acostumbrando a este absurdo, porque suelen pitarse, aunque alguna vez no. Pero es que después pasó en el Villarreal-Atlético algo aberrante: Griezmann remata a portería, desde cerca y con toda la ventaja, y el defensor Mandi se interpone entre él y el gol con el gesto técnico de los porteros para ese caso: plantarse, levemente agachado, con los brazos abiertos. Lo hace tan bien que el balón le rebota en el brazo izquierdo, que no estaba apoyado en el suelo. Pero el árbitro no pitó penalti. Simeone no lo podía creer. Aquel no penalti pudo costarle al Atleti el segundo puesto y jugar la Supercopa.
Hasta ahora sabíamos que no se pita penalti si el balón pega en el brazo apoyado en el suelo, pero consulto a Iturralde y me manda la última circular que explica los casos en que no se considerará infracción la mano, y uno es “si la mano está apoyada o camino del apoyo”. Algo lo bastante vago como para confundir una mano puesta para que el balón no pase con una que busca el suelo como desenlace natural de un movimiento. Un desastre, como tantos. Un asco, diría yo. Una mano inocente, la de Kroos, fue penalti. Una acción de portero ejecutada a conciencia por un defensa, no lo fue. Aberraciones del Nuevo Testamento. Volvamos al Antiguo, por favor.